De obispo y Estatuto
LOS partidos afinan ya sus discursos para el nuevo curso. Las próximas elecciones generales marcarán los ritmos y servirán, incluso de disculpa, para negarnos una vez más la solución del conflicto político vasco. Lo preocupante es que va pasando un ciclo tras otro sin que vislumbremos ni siquiera el inicio de una salida que permita avanzar en pacificación y normalización políticas.
La ponencia de autogobierno ha finalizado sus trabajos en el Parlamento Vasco pero falta mucho aún para que cristalice una propuesta. Muy lejos de mi intención faltar al respeto a sus señorías y menos aún cuestionar su trabajo, pero ya existe el texto para un nuevo marco jurídico-político en nuestras relaciones con el Estado español: fue aprobado en el Parlamento Vasco el 30 de diciembre de 2004 y probablemente es el más completo de los estatutos posibles dentro de esa legalidad que tanto les gusta defender a quienes hacen lo indecible para negar nuestro derecho democrático a decidir eso y más.
El PSOE pretende retrasar sine die el deseo mayoritario de la ciudadanía vasca. El PP espera una nueva mayoría absoluta para seguir haciendo de su capa un sayo, tal como ha sido con su reforma laboral y los recortes en nuestros derechos sociales. Muy loable, por su parte, que el PNV desee el acuerdo de fuerzas de distinta adscripción nacional, aunque, de nuevo, la pregunta es qué hacer cuando la cerrazón sea tan absoluta como en febrero de 2005 cuando el lehendakari Ibarretxe defendió aquel Estatuto. Atención a ese estéril paso del tiempo y los vaivenes en el discurso pues producen desafecto, desconfianza y debilitamiento de la amplia mayoría que defiende nuestros derechos de pueblo y nación vasca.
Y, aunque soy antitaurina, cambio de tercio para recordar a las 17 mujeres asesinadas este verano, prueba fehaciente de que las cosas van muy mal en eso de la igualdad entre hombres y mujeres. Por ello, no puedo menos que denunciar las ofensivas declaraciones del obispo Munilla que se ha despachado contra la igualdad utilizando argumentos propios del franquismo y con una brutalidad que nada tiene que ver con el cristianismo. Parece mentira que haya que recordarle a un prelado la filosofía de Jesús o de su jefe el Papa. Ya sabemos que, históricamente, la jerarquía eclesiástica española se ha amparado ilegítimamente en lo sagrado para apoyar a sectores y pensamientos nada democráticos: Gomá que llevaba bajo palio al dictador, Rouco o Sebastián defensores acérrimos de la españolidad más excluyente y enfrentadora...Se une ahora Munilla, contra la legalidad y retrotrayéndonos a un modelo de familia desigual y de mujeres con la pata quebrada y en casa.
Menos mal que, por el contrario, hay muchísimas personas de bien que deciden vivir y constituir familias en las que mujer y hombre, mujer y mujer, hombre y hombre son variables que nada importan si su objetivo es el amor en igualdad. Con obispos como este se explican las dificultades de la Iglesia católica y su cada vez menor credibilidad.