ME viene a la memoria el partido del año pasado ante el Elche. Transcurrió por cauces similares. El equipo ilicitano también se adelantó en el marcador con dos goles de ventaja aprovechando otra caraja del Athletic, que hasta entonces (jornada decimoprimera) solo había cedido un punto en San Mamés (ante el Valencia) y se encontraba clasificado en la quinta plaza, empatado con el cuarto, el Villarreal. Recuerdo la reacción de los rojiblancos en la segunda parte. Rotunda, vibrante, metiendo al rival en su área con una determinación tremenda; sometiéndole a fuego intenso. El Athletic logró empatar con goles de Susaeta y Aduriz, pero hizo méritos más que suficientes para llevarse la victoria. A falta de buen juego fue la reacción visceral, la determinación absoluta, la convicción, la fe en sus fuerzas y el buen ánimo colectivo las cualidades que posibilitaron la remontada, y entonces el Elche no era el colista, sino un equipo situado en la décima posición y duro de roer.
A falta de buen juego, aquel Athletic (prácticamente el mismo) recurrió a las cualidades intangibles, ese espíritu competitivo y de superación que ahora brilla por su ausencia. A falta de buen juego, este Athletic no tiene nada que ofrecer, salvo la frustración absoluta; la impotencia. Hasta tal punto llegó la desesperación de Ernesto Valverde que recurrió a Gaizka Toquero, uno de sus malditos, como quien vende su alma al diablo por ver si a lo peor en el averno está la solución. También presuponía el bueno de Ernesto que con Toquero sobre el césped la parroquia se iba a poner cachonda, como siempre sucede en cuanto ve las cabalgadas del amado jugador, en la esperanza de que las buenas vibraciones generadas por el lehendakari entre la afición, aunque no dé una a derechas, pudiera contagiar a los muchachos. Pero ni por esas reaccionó el Athletic, que a punto de alcanzar el ecuador del campeonato tiene un objetivo claro: evitar el descenso. ¿Exagerado?
Suena muy crudo, pero también suena a verdad. Un dato: los actuales tres últimos clasificados de la división -Granada, Elche y Córdoba- han ganado en San Mamés, un estadio flete, donde hasta el más pringado de la categoría le ha perdido el respeto. Analizando la trayectoria del Athletic, salvo el mes de noviembre, donde experimentó una reacción en cuanto a resultados, nunca de juego, el equipo rojiblanco es un desastre. Ayer, frente al Elche, daba la impresión de que sus futbolistas jugaban juntos por vez primera, tal era la descoordinación en los movimientos. El Athletic se ha convertido en una torre de Babel y ni tan siquiera Markel Susaeta es ya capaz de templar el pase ni a balón parado. Susaeta y el resto de los supuestos peloteros del equipo -Muniain, Iturraspe, Iraola e incluso Rico- volvieron a brillar por su ausencia. Tampoco el regreso del bravo y añorado Aduriz puso remedio al desafuero. Balenziaga celebró el plan de pensiones que ha firmado con el club con una pifia descomunal, fruto de la falta de concentración, que es otro de los estragos que carcomen las entrañas de un equipo, quien lo diría, que se ganó el derecho a disputar la Champions.
La primera pieza que sacrificó Valverde fue la de Óscar de Marcos, sacando en su lugar al espeso Viguera y al respetable de sus casillas. Luego recurrió a San José, autor del gol que atrajo un rayo de optimismo a la hinchada. Con lo pachorra que es, el navarro aportó cierto temple al desbarajuste. Yo le pondría siempre de titular, y eso que no es santo de mi devoción, lo admito. Aunque ¡ojo! lejos de la portería de Iraizoz. Como de media punta, teniendo en cuenta que tiene buen toque, es el segundo máximo goleador del equipo y mantiene los biorritmos tanto si llueve como si escampa. Valverde, exasperado, invocó al diablo y puso en acción a Toquero, abjurando de sus ideales y confesando públicamente su azoramiento; la impotencia para contener la deriva. Qué razón tenía el técnico la víspera, cuando calificó de “absolutamente vital”, como una final, el partido. Y pensé, cándido de mí, ¡agonías!