Ni es la primera vez ni será la última en que tratemos aquí el proceso de Escocia hacia su independencia. Hoy, la coincidencia del destino (o adecuada programación según se mire) hace que se celebre la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Glasgow, dando a Escocia la oportunidad de destacar en su capacidad organizadora, potenciar su protagonismo diferenciado dentro de la Unión y experimentar un determinado mundo de “relaciones internacionales” dentro de su histórica y natural unidad de comercio mundial, cuando conforme al calendario de Yes Scotland restan 56 días, once horas y treinta minutos para la “decisión mayoritaria en favor de la independencia de Escocia” en su próximo referéndum del 18 de septiembre. Aunque parezca mentira, el éxito de los Juegos puede empujar los votos indecisos hacia la independencia escocesa. Así, cincuenta días de Juegos con la participación de las setenta naciones asociadas concluyen, prácticamente, en la cita con las urnas. Deporte, escaparate mediático extraordinario y recta final decisoria confluyen en un escenario de máxima importancia y militancia política.

En plena campaña, las encuestas se alinean en torno a un reñidísimo margen que, o bien dará el a la independencia, o quedará en un mínimo y estrecho no que, en todo caso, abrirá un nuevo escenario de negociaciones entre los gobiernos inglés y escocés cara a definir un nuevo modelo de relación a futuro. Ya sea el , con el mandato a los gobiernos inglés y escocés de acordar la forma de generar un nuevo Estado independiente, o un no que obligue, también, a repensar una nueva manera de avanzar-seguir juntos dentro de la Unión adecuando las aspiraciones y realidad actual a un escenario compartible. Espacio negociado que, a su vez, se verá condicionado por una inmediata renovación del parlamento británico en la primavera próxima, un debate inglés sobre la permanencia o no en la Unión Europea, una OTAN alterada por la crisis ucraniano-rusa y una Europa en plena reinvención a la búsqueda de su rol poscrisis.

Y es en este contexto, en el que merece la pena destacar algunos comentarios de interés que la prestigiosa revista británica The Economist recoge en un espacio especial sobre el tema escocés (o británico según se vea). Sin descalificaciones ni miedos infundados, se posiciona en su editorial claramente a favor del no, argumentando su deseo de mantener siglos de Unión que explican una determinada manera de entender el UK (Reino Unido) bajo la corona. Su trasfondo editorial, no oculta una cierta pereza ante la complejidad del proceso negociador que conllevaría el escocés, traducido en lo que entiende una clara disminución del poder y capacidad de influencia mundial del “nuevo Reino Unido Reducido (UK-)”, resultado de una Escocia no unida al Reino Unido, o mejor dicho, no unida a Inglaterra, conforme al statu quo. Su gran lamento editorial es suficientemente gráfico: ¡No nos dejes así!

Lo que en verdad es reseñable no es el posicionamiento del prestigioso grupo de comunicación, (se agradecería esa claridad y honestidad editorial en otros medios ante procesos más o menos asociables) sino la normalidad con que aborda el asunto, que no conflicto. Empieza por afirmar que Escocia puede ser, independiente, más próspera y viable conforme a la proclama de los partidarios del . Reconoce que la propuesta escocesa prosí es atractiva y permitiría, en caso de llevarse a la práctica, una mejora relativa en los niveles de bienestar del escocés medio y aportaría un mayor equilibrio territorial respecto del desigual reparto existente en estos momentos, claramente favorecedor del hinterland de Londres. Lo que cuestiona, sin embargo, es su impacto en el Reino Unido Residual (UK-) con una, en principio, pérdida relativa de influencia en el contexto internacional, obviando el papelón representado en la reciente configuración del Parlamento y la presidencia europea, por no recordar el rotundo fracaso de su embajador Blair en Oriente Medio, Irak? dando por firme el supuesto rol determinante de la Inglaterra actual. Sostiene, por tanto, que es mejor que sigan juntos a que no lo estén. Pero acto seguido, en una especie de explicación del ¿por qué y cómo hemos llegado hasta aquí?, se plantea una cuestión fundamental: “Juntos no puede significar seguir como hoy. Un nuevo mundo exige nuevas fórmulas de Estado, más abierto, más independiente, más británico y menos inglés, con mayor peso de Escocia en las decisiones internas y no más centralizado tal y como Inglaterra se ha empeñado en reconvertir el proceso de Devolución de Poderes a Escocia”. Como argumentan jóvenes independentistas, dice, “hay más osos panda en el zoológico de Londres (2) que parlamentarios escoceses en Westminster”.

Escocia-Londres, al igual que Euskadi y Catalunya -en procesos similares de Devolution o Desarrollo Estatutario- en su relación con Madrid-Estado Español, padecen de una unilateral manera de orquestar e institucionalizar un pacto histórico que se ha venido reconvirtiendo hacia una excesiva recentralización uniformizada. Lejos de aceptar los Estatutos de Autonomía o las leyes de Devolución de poderes (se supone que sobre la base de derechos preexistentes al pacto en cuestión) conforme a su espíritu y letra al objeto de configurar un nuevo modelo de Estado facilitador de la confortabilidad de unas naciones deseosas de responsabilizarse desde su protagonismo y su voluntad de apropiarse de su futuro, pactando un nuevo marco de autogobierno pleno, los modelos en curso se han convertido en la imposición continua de un pensamiento único, de un juego y mercadeo a voluntad unilateral y centralizada. Se muestran incapaces de comprender el interdependentismo económico que se generaliza en una economía internacionalizada, pero ni única, ni homogénea, ni global, demandante de nuevos modelos de organización, gestión, control y gobernanza hacia un corte confederal que dé una mejor respuesta a las distintas configuraciones y aspiraciones de gobiernos, pueblos y sociedades. Nuevas visiones demandantes de nuevos modelos de gobernanza. La realidad no es otra que Londres-Madrid giran, circularmente, desde y hacia el jacobinismo homogéneo al servicio del establishment tradicional bajo la excusa de una supuesta indisoluble unidad histórica. Nada de tendencias de apertura y proximidad en una más directa democracia participativa, nada de autogobierno real, nada de bilateralidad, nada de transferir competencias, poder político y recursos bajo principios legítimos de subsidiariedad, nada de diferenciar las estrategias y políticas adecuadas a tejidos económicos y sociales distintos y mucho menos el propiciar la mejor manera de construir espacios socio-económicos competitivos regionalizados. Ofrecen una ya conocida y desalentadora posición en contra de los tiempos. Su mensaje no ilusiona. No ofrece un mañana mejor. Ofrece más de lo mismo, con los mismos protagonistas del pasado, desde sus posiciones cómodas (para ellos) del ayer. Tanto Londres como Madrid constituyen el discurso del pasado. El uno, para retener a Escocia, preconiza un futuro pobre y subsidiado para una nación a la que sigue observando con superioridad. El otro, Madrid, pretende atemorizar a Catalunya y Euskadi con una supuesta fragilidad. Transmite miedo a que no puedan financiar su particular e independiente Estado de Bienestar, a no poder cubrir sus pensiones, a padecer el vendaval de la huida de empresas y centros de decisión, a la pérdida del mercado español (como si hoy existiera y su economía presentara crecimiento, empleabilidad y riqueza más atractivos que otros espacios emergentes a lo largo del mundo) y aislamiento europeo en un tránsito lleno de dificultades, como si la España que sugieren no solamente no careciera de ilusión y viabilidad, sino que obviara el desempleo estructural, la desertización industrial, el retraso tecnológico, y la desarticulación territorial, empañadas, además, con una gobernanza invadida por corrupción y descrédito.

Es verdad, volviendo al editorial comentado, que el a Escocia (y mañana a Catalunya y Euskadi) supondría un paso hacia la complejidad negociadora, hacia la reinvención de una alianza en materia de defensa y seguridad diferente a la actual y exigiría reconstruir un sistema monetario propio o participar del ya existente (libra o euro), habría que retomar la manera de continuar siendo miembro de la Unión Europea (los artículos 48 y 49 del Tratado lo posibilitan por vía corta o larga, con o sin apoyo del Estado preexistente) y reinventar un nuevo servicio exterior, como principales dificultades. En el caso escocés, se añade con especial relevancia el ejército, la seguridad y la pertenencia o no a la OTAN con el desencuentro respecto del Trident o posicionamiento nuclear. Ahora bien, ¿ni Londres ni Madrid habrán de replantearse todos estos desafíos con o sin Escocia, Euskadi y Catalunya? o ¿es que un no a la independencia equivaldría a la parálisis en las propuestas (inexistentes) de futuro para los Reino Unido y España actuales? ¿Es que ambos pueden permanecer impasibles amparados en un hipotético no a Escocia, o la no celebración de una consulta en Catalunya, o ignorando-vetando un proceso alternativo a Euskadi tras su derecho a decidir? ¿Basta recuperar pactos no escritos de merchandising de una renovada casa real, una reforma electoral de parte excluyendo voces minoritarias o fumarse un puro esperando que amaine? ¿Es que Europa no ha de afrontar una nueva gobernanza, una nueva manera de incorporar a sus miembros y de acometer sus desafíos políticos, económicos, sociales y territoriales?

Escocia, en su apuesta por el , ofrece un país más próspero con el compromiso, responsabilidad y sacrificio de sus ciudadanos. Inglaterra ofrece cambiar, dar mayor peso a Escocia y minimizar riesgos futuros desde su gestión unilateral. Advierte que sin Escocia ambos se verían debilitados (sobre todo, Londres) en su influencia mundial. Madrid, por su parte, ofrece “fidelidad a una cierta historia de unidad” y una nueva “regeneración democrática” (la suya) para seguir igual. Su fórmula bipartita sería garantía suficiente. La realidad es que el mundo ha cambiado y lo hará aún más. No hay recetas mágicas, no hay paraísos estables y conocidos. Como la nada sospechosa editorial de The Economist recordaba, en palabras de un militante escocés por el , “navegaremos en aguas turbulentas, todos, también en Westminster y Bruselas, pero nosotros sí sabemos hacia donde queremos ir”. En Catalunya y Euskadi, también.

Mientras, en Madrid, nuevos manifiestos, campañas y voces intelectuales claman por “el dislate catalán”, y -enseguida- vasco, desde el miedo y la amenaza del inmovilismo, en una desesperada y cortoplacista cruzada para paralizar cualquier iniciativa (el episodio semanal de las balanzas fiscales como supuesto instrumento inapelable para demostrar “la imposible sostenibilidad de la cohesión regional o los privilegios económicos y sociales”, no hace sino calentar motores ante un otoño focalizado en Catalunya y con especial deriva hacia Euskadi. Así las cosas, no parece que podamos ser demasiado optimistas más allá de lo que nosotros mismos seamos capaces de hacer. De momento, tenemos un septiembre inmediato con un nuevo curso repleto de hitos: Diada, referéndum escocés, consulta catalana?

Sin duda, no hay dos casos iguales. Cada uno ha de recorrer su propio camino. Pero, palabrería al margen, la interdependencia en otras materias también aquí resulta de aplicación. Hoy, lo que toca es, simplemente, y por orden, Yes Scotland..