En las grandes crisis, el corazón se rompe o se curte, dijo Honoré de Blazac, así que vayamos reservando cama en la unidad de Resucitación Cardiopulmonar del nuevo servicio de Urgencias del hospital Gernika-Lumo, inaugurado ayer en el corazón de Busturialdea y Lea Artibai. Con una sola vida que salve allí está amortizada la inversión.
Sabemos que la felicidad radica, ante todo, en la salud, así que hablamos de un dispensario de sonrisas. Ni qué decir tiene que el hecho de que prevalezca la urgencia pediátrica hace de esta Unidad un lugar extraño y mágico. Extraño, porque nada angustia más que un niño en el trance de la enfermedad; mágico, porque nada alivia más que un niño haciéndole burla al mal.
Creo que fue el escritor Joseph Heller el primero que lo dijo. He llegado por fin a lo que quería ser de mayor: un niño. A esa meta sublime de la edad adulta debiéramos aspirar. Para lograrlo habrán de sortear mil y un avatares en el camino.
¿Por qué valorar tanto la infancia en la madurez? Los propios centros de Urgencia son un buen ejemplo. En no pocos de ellos se habla de medicina defensiva, un argot que nace de la impaciencia y la insolencia con la que muchos conciudadanos acostumbran a llegar a estos lugares y que obligan a los profesionales a templar gaitas. Es comprensible la inquietud. No en vano, en buena parte de las consultas de este tipo uno no está para sacar la lengua y decir treinta y tres. Pero siendo esto verdad, en pocos lugares he visto tanta insolidaridad. Todo el mundo es el primero en morirse y su espera es una canallada de la gente de admisión que, sin duda, quiere que palmes antes del examen. Por desgracia, soy asiduo a estos lugares. Jamás vi a nadie morir allí -supongo que los hubo...- pero sí que he escuchado a cientos quejarse, como si aquello fuese la cola de frutería, con un "yo llegué antes" con un esguince a cuestas frente a una persona infartada. Y les juro que la anécdota es real. Lo peor es que varios le daban la razón y el número.