Christopher Monger dirigió en 1995 una simpática comedia de tono costumbrista titulada El inglés que subió una colina y bajó una montaña. Protagonizada por Hugh Grant, cuenta cómo un par de cartógrafos ingleses del ejército llegan a un pueblo de Gales con el propósito de medir la montaña cercana y deciden rebajarla a la triste condición de colina, lo cual moviliza a las fuerzas vivas del lugar, que tiran de ingenio hasta recuperar la categoría perdida.
Florentino Pérez dirigió y protagonizó este verano un culebrón melodramático similar basado en Gareth Bale, personaje como escapado del citado filme. Galés de sonrisa amplia, apegado a la tierra y la familia, sencillo, casado con la chica que conoció a los 11 años en la escuela y que va por la vida de antidivo. La historia es la misma, pero al revés: se trata ahora de transformar la montaña más enorme del mundo en otra más pequeña, rascando sus aristas hasta rebajar los 100 millones de euros que costó el fichaje, según proclaman todos los medios de comunicación británicos, a 91. Es decir, en vez del Everest, el K2. Porque no es lo mismo protagonizar otra vez el fichaje más caro de la historia ejerciendo de megalómano en plena depresión social que aparentar que no es para tanto, poniendo a Bale un pedestal por debajo de Cristiano Ronaldo, por quien el Real Madrid pagó 94 millones de euros, hasta entonces récord mundial, para calmar la incómoda conciencia de un mandatario que ejerce de católico de misa y misal.
¿Qué otra razón puede haber para mantener a toda costa el secreto sobre los números de la operación? A tal fin Florentino Pérez obligó a Daniel Levy, el implacable presidente del Tottenham, a firmar una cláusula de confidencialidad según la cual ambas instituciones se comprometieron a no hacer oficiales las cifras de la compraventa.
A la espera de los cartógrafos, sin embargo resulta difícil ocultar la montaña tras una colina, un dineral que chirría sobremanera en tiempos de aflicción y penuria.
Con el cierre del mercado futbolístico se presentó una nueva versión de la película, un vodevil dirigido por no se sabe quién y protagonizada por Ander Herrera y el Manchester United, que tuvo en vilo a la parroquia rojiblanca el pasado lunes, aunque no pasó absolutamente nada, salvo una tomadura de pelo descomunal si nos atenemos a las conjeturas que acompañaron el oscuro episodio.
La montaña mantenía la misma cota, para asombro de avezados cartógrafos que, confundidos por la bruma, calcularon rematadamente mal, aunque el protagonista del asunto poca luz aportó al embrollo explicando con un manual para ingenuos su inocencia absoluta. Si acaso esperó con parca convicción, aunque con indisimulada ansiedad y no poco deseo a ver qué pasaba, si finalmente el United ponía los 36 millones de euros de la cláusula, prueba ineluctable de su categoría futbolística.
Lo cierto es que el muchacho dio la cara, qué remedio, e intentó capear el temporal antes de que la galerna le cayera encima, pues el horno no está para bollos tras las fugas de Martínez, Llorente y Amorebieta, y la hinchada, que solo entiende de pasión por el club y fidelidad a unos colores, está muy sensibilizada ante cualquier síntoma de deslealtad.
Mucho me temo que Ander Herrera no ha convencido a nadie en su elocuente ejercicio de autodefensa. Antes bien dio la impresión de acusar al personal de chuparse el dedo, pues nadie se puede creer que fuera ajeno a la operación, y sí que aguardó expectante hasta vez el desenlace; hasta que entendió que había sido utilizado por el engolado club inglés.
Tiene que ser duro atravesar por una experiencia así y luego aparentar como si nada, que donde antes había una montaña ahora hay una colina, o viceversa. Sucede que Herrera está bajo sospecha (y conste que es muy legítima y lógica su ambición personal) y a poco que se tuerzan las cosas la afición asociará cualquier bajón en su rendimiento al escabroso vodevil.
Pero Herrera es talento, una bendición para el Athletic, y por eso conviene pasar página cuanto antes. Y si fuera como dice, yo que él iría farruco ante Urrutia: presidente, súbame la cláusula hasta los 45 millones sin ningún incremento adicional de mi ficha, que el demonio es muy malo, tentador y traicionero.