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¡A callar!

Vasile es italiano y por algún motivo táctico ha aceptado enmudecer para siempre El Gran Debate de las noches de los sábados. Para el negacionismo informativo del PP, en huida desesperada, era indispensable que cesara el grito de la indignación contra el paro, los desahucios, la corrupción política, las estafas bancarias y los recortes de derechos, todos esos justos y airados reproches que tienen como diana a un Gobierno obsesionado con la austeridad. Desde Moncloa han maniobrado, influido y conspirado, incluso han amenazado con represalias, para que la cólera de la gente no tuviera tan potente altavoz y Rajoy pudiese respirar mientras aguarda que algún brote verde le rescate del derrumbe histórico.

¿Qué espera conseguir Vasile con esta cesión estratégica? En realidad, la jugada es múltiple con cinco bazas ganadoras. Primero, se garantiza una disposición favorable del Gobierno para desenredar el mercado audiovisual, complicado por sentencias judiciales contra las fusiones y el redimensionamiento de la TDT. Segundo, desactiva a la competencia dejando sola a La Sexta con la imitación de su debate. Tercero, se asegura una fuerte inyección de publicidad institucional para otoño. Cuarto, reposiciona su errática línea editorial ante la presión de sus accionistas, que le exigen mayor sintonía con el proyecto del PP. Y quinto, salva el chantaje del regreso de la publicidad a TVE, con el que amagó el ente estatal. Cree, además, que la fórmula del diálogo de actualidad está agotada después de seis años de La Noria y su finiquitado sucesor.

Se equivocan don Paolo y don Mariano. Si las discusiones de la tele callan, la ira se trasladará a la calle con virulencia. Hace falta que el enojo social se canalice en los medios y se exhiban en la picota digital los culpables del empobrecimiento. Alguien tiene que desentrañar con criterio las verdades y mentiras de la crisis. Euskadi tiene mayor conciencia política -aunque algo resentida- gracias a ETB y sus debates de mañana, tarde y noche, mientras España padece una democracia afónica.