Transmitida la oferta formal (la informal ha tiempo que la tenía), Ernesto Valverde se tomó varios días para reflexionar. Unos aseguran que se trasladó a Marrakech, donde además tuvo tiempo para captar con su cámara de artista la abigarrada vida que se desparrama por la grandiosa plaza de Djemaa el Fna. Otros afirman que buscó solución a sus dudas y pesadumbres a la brava, allá lejos, junto al delta del Mekong, practicando surf en el mar de China. ¡Qué delicia oler el napalm por la mañana!

Ernesto disipó entonces todas sus dudas recordando la famosa frase del Coronel Kilgore (Robert Duvall) en Apocalypse Now, aquella apabullante película de Francis Ford Coppola, el insigne director de la saga de El Padrino, cuya primera parte fue soberbia y la segunda, simplemente fantástica.

Y con esa convicción se presentó Valverde ante su nuevo reto como entrenador del Athletic. Reconfortado y muy crecido. Seguro de sí mismo, llenando el escenario con expresión desenvuelta. Transmitiendo simpatía y mucha, muchísima y contagiosa ilusión. A su lado, Josu Urrutia asistía al ceremonial con su proverbial austeridad gestual, aunque asomando una tenue sonrisa de satisfacción, consciente de que el fantasma de Marcelo Bielsa se disipaba con más rapidez de la esperada dominado por su Al Pacino futbolístico, hasta el punto de no tener que ofrecer explicación alguna, ya que nadie de la prensa se la pidió, sobre las razones que le llevaron a prescindir del técnico argentino. Porque, ¿alguien ha cuestionado la idoneidad sobre la alternativa tomada?

Ver a Ernesto decir con esa determinación que asumía el reto de mejorar el legado de Marcelo Bielsa; de reconstruir un equipo competitivo sin añoranzas hacia los escapados (Javi Martínez, Amorebieta y Llorente) y como le seducía rodar el Padrino II sobre el reluciente templo rojiblanco que nos espera, a estrenar bajo su magisterio, verdaderamente reconforta.

Sucede que Valverde ya no es aquel entrenador bisoño que salió del seno rojiblanco de aquella manera, y sucede que Valverde también saca pecho, dejando muy claro que su cotización profesional le llevó al Valencia, un club de campanillas por muy inestable que sea, cuya renovación desestimo ante la llamada del Athletic. Conviene recordar el grado sentimental que impulsó a Valverde a elegir a quien eligió, como también provocó asombro por inusual que Bielsa apostara por el club vizcaino y su carga romántica, desechando al Inter de Milán, con más reputación, predicamento y dinero de por medio.

Son ejemplos que sirven para reencontrarse con el fútbol por su lado mágico, ese que cautiva porque tiene alma y sobrecoge.

Son ejemplos que contrastan con la tocata y fuga de Fernando Llorente, a quien se le subió el pavo, entonces consideró al equipo bilbaino pequeño para su galanura y buscó otros horizontes ocultando la verdad de sus propósitos.

Está el futuro delantero de la Juventus ofreciendo sus pareceres en entrevistas amables, donde brilla por su ausencia la pregunta fundamental: ¿Por qué, si tenías decidido marcharte, mentiste al socio prolongando absurdamente las negociaciones?

No está de más dar la matraca sobre el asunto aunque sea por última vez, porque de puertas afuera queda la impresión de que Llorente es un incomprendido, una especie de mártir, cuando el repudio de la hinchada responde a un engaño sistemático y calculado del jugador.

Queda otro cabo suelto. Marcelo Bielsa. Está en Catar, pero volverá a Bizkaia, probablemente porque es tan escrupuloso con su compromiso que agotará en guardia hasta el último día del contrato.

Antes de entonar el adiós, cargado de melancolía acompasada con bandoneón, espero que nos convoque a una cita clandestina y nos abra su corazón hasta la próxima vez. El Padrino III también es magnífico.