Menos austeridad y más humanidad
christine, Mario, Angela y José Manuel son cuatro ciudadanos europeos que, respectivamente, trabajan en Washington, Frankfurt, Berlín y Bruselas. Se han llevado bien en los últimos años, pero desde hace unos días andan a la gresca y se tiran los trastos unos contra otros en un peculiar 'catch a cuatro' para evitar aparecer ante la opinión pública como los responsables del fracaso de la política económica, financiera y monetaria que ellos diseñaron mientras compartían mesa copiosa y mantel de lino, al tiempo que impusieron manu militari en los países más débiles de la zona euro.
Hablamos de los máximos dirigentes del FMI (Christine Lagarde), del BCE Mario Draghi), del Gobierno alemán (Angela Merkel) y de la Comisión Europea (José Manuel Durao Barroso) que crearon la troika como adalid a ultranza de la austeridad presupuestaria. El tiempo termina por dar o quitar la razón y, como decía Aristóteles, "la mínima desviación inicial de la verdad se multiplica con el tiempo millares de veces" se ha manifestado en resultados tan nefastos como los que sufre Grecia hasta el punto de obligar a Lagarde a entonar el mea culpa y reconocer que "hubo notables fallos. La confianza de los mercados no se logró restaurar, el sistema bancario perdió el 30% de los depósitos y la economía se enfrentó a una recesión mucho más profunda de lo previsto, con un desempleo excepcionalmente alto".
No es cuestión de entrar en el juego de declaraciones y acusaciones mutuas. En realidad, ese hipotético ranking de culpabilidad es irrelevante para los millones de europeos que han perdido su empleo y/o se han empobrecido hasta vivir en la indigencia. No tiene sentido conocer ahora la identidad del más culpable o el hecho de que el FMI entone un mea culpa o que achaque errores a las instituciones comunitarias. Mientras, el BCE se desentiende porque el FMI no le ha criticado. El Gobierno alemán, que en mayo de 2010 impuso la creación de la troika, guarda silencio, pendiente solo de su cita con las urnas.
Es posible que sea la Comisión Europea y su presidente, Durao Barroso, quienes terminen siendo el saco de todos los golpes. Pero no lo serán por razones de máxima responsabilidad, sino por ser el punto más débil de ese catch a cuatro donde el resto de litigantes defienden objetivos neoliberales del poder financiero o electorales y porque, en cualquier caso, responden fielmente a los personajes que criticaba Confucio hace 2.500 años cuando afirmaba que "no he conocido nunca a un hombre que viendo los propios errores supiera culparse a sí mismo".
Así pues, es una polémica sin sentido si el reconocimiento de errores se queda en el consabido ruido mediático que nos aleja de la realidad y, lo que es más importante, si esa mea culpa no viene acompañada por una rectificación de las medidas impuestas hasta la fecha que han puesto a Grecia al borde del colapso después de que los primeros cálculos del FMI aseguraran que la economía griega se contraería un 5,5%, cuando finalmente lo hizo en un 17% entre 2009 y 2012, y el desempleo previsto fuera de un 15%, aunque ha alcanzado el 25% en 2012. Algo parecido está ocurriendo en Portugal y España, donde también se ha impuesto la política del castigo de la austeridad presupuestaria a la política de incentivación y reactivación económica.
No es posible volver hacia atrás, pero muchos ciudadanos, doctos o legos en materia económica, no dudan en considerar que una de las causas de la recesión en la eurozona ha sido la especial y excesiva atención brindada por esos responsables y las instituciones que representan al sistema financiero en general, cuyas prácticas y corruptelas provocaron la crisis hace seis años. Es posible que las cosas fueran algo mejor, o menos mal, de lo que van sin tanto énfasis en la deuda pública y si parte de las ayudas públicas recibidas por los bancos se hubieran puesto al servicio de la economía real. Es decir, al servicio de las empresas y la sociedad.
Esta reflexión, generalizada en gran parte de la población europea, obliga a no seguir tolerando por más tiempo que se prolongue el austericidio actual, porque la mayor perversión de un error reside en mantenerlo sin tomar otras medidas que lo subsanen. Más aún: reconocer un error y perseverar en él es, sencillamente, diabólico. No se pueden alargar los recortes sociales y la presión fiscal que sólo han provocado mayor sufrimiento. Las empresas, fundamentalmente la pymes, y la sociedad en general necesitan un mínimo de esperanza. Dicho en otras palabras, necesitan sentir el apoyo de las instituciones y los gobiernos que rigen la economía europea en forma de liquidez para sus negocios y poder adquisitivo para sus gastos corrientes. Solo así se reactivará el consumo y se creará empleo.
Precisamente ahora, que se cumple un año del rescate europeo a la banca española, convendría analizar los resultados de esas medidas de austeridad, porque la morosidad se ha disparado en España un 10,5%, el sistema financiero sigue necesitando de nuevas ayudas públicas, se han destruido 1,2 millones de puestos de trabajo y el consumo se ha desplomado un 4,7%, todo ello ha provocado la indignación de la sociedad, cuyas manifestaciones, huelgas y protestas podrán ser cuestionadas en cuanto a que si son adecuadas en los tiempos actuales, pero no se las puede negar su legitimidad.
Los políticos, si les queda un mínimo de vergüenza, tienen la oportunidad de aunar esfuerzos y crear un frente común para frenar los errores de esas instituciones y propiciar una política económica basada en las personas con medidas que no miren tanto a su ombligo bancario, sino al corazón empresarial y laboral de la sociedad. En otras palabras, tomo prestado el título del libro escrito por Lou Marinoff, Menos Prozac y más Platón, para reclamar agudeza y reflexión para actuar con menos austeridad neoliberal y en el fondo, más humanidad.