EL pasado miércoles, la población estadounidense pudo participar del primero de los debates presidenciales de la actual campaña electoral. A falta de tan solo 33 días de las elecciones, los candidatos apuran sus mensajes, frecuentan aquellos Estados que consideran críticos para llegar a la Casa Blanca y obtienen los últimos cambios de apoyo financiero de las diferentes empresas y electores que desean ver sus intereses y preocupaciones mejor representados. Así, con la expectación y cobertura inigualable en otras latitudes, las cadenas de televisión norteamericanas programaron todo tipo de ediciones especiales para dar una cobertura plena no solamente del debate sino de los previos, análisis posteriores y, por supuesto, todo tipo de encuestas y extrapolaciones.

La vida norteamericana se vio condicionada por este gran acontecimiento que tuvo en la Universidad de Colorado a su anfitrión. Las encuestas inmediatas dieron un resultado aplastante: Romney ganó con el 63% de los electores registrados encuestados por tan solo el 25% de Obama. Los temas tratados fueron la deuda pública y el déficit, el sistema de salud, el empleo y el rol del gobierno ante los desafíos de la América de hoy. A juzgar por la mayoría de las opiniones de los analistas, Obama se mostró cansado, sin ilusión, carente de opciones y ofertas concretas y el pasado observado de promesas incumplidas, una crisis real y aparente en las expectativas del sueño americano, una supeditación al mundo financiero pese sus ataques a Wall Street y al status quo político de Washington del que forma parte. Romney habría ganado la confianza de sus propios partidarios y votantes que le veían, previamente, excesivamente frío y tecnócrata, alejado de la realidad del ciudadano medio y más avanzado en lo social que su propio partido. Además, sus propios partidarios se dejaban llevar por la contra guerra publicitaria que destaca frases absurdas para calificar su aparente escasa preparación. Por el contrario, Romney demostró querer y poder ganar, tener un proyecto y aspiración para el país, avalado por sus años de experiencia en la gestión pública como gobernador de Massachusetts.

Pese al éxito de ésta primera noche televisiva, Romney sigue sin convencer ni a la población latina ni a los marginados de las grandezas del desarrollo no feliz que ven alejarse las oportunidades para formar parte del sueño americano. Y es precisamente este importante grupo el que habrá de ser determinante. Como el propio Romney argumentaba ante Obama: ¿Cómo ha podido un presidente contemplar el creciente desempleo hasta 23 millones de personas sin trabajo, con una actividad precaria o sin opciones de encontrarlo, endeudarnos por un montón de tres trillones de dólares y decirnos, cuatro años más tarde que no ha tenido tiempo para cumplir con sus planes y promesas porque ni la herencia recibida ni el contexto de gobierno eran lo que el esperaba? Y, más allá de reproches o ideas fuerza para proponer alternativas, la verdadera importancia del debate (y de toda la campaña) reside en si los candidatos son capaces de ofrecer confianza y credibilidad al votante. Confianza en torno a la verdadera preocupación del ciudadano medio: ¿En qué va a cambiar mi vida si voto a uno u otro? ¿Será distinto mi país si voto a uno u otro? ¿Quién es capaz de liderar un recorrido hacia un escenario positivo, de empleo y bienestar? ¿Quién me ayudará a colmar mis aspiraciones como persona y pueblo? Ambos candidatos decían compartir aspiraciones, preocupaciones y prioridades. Ambos, sin embargo, ofrecen ideologías y modos diferentes, tiempos y sacrificios distintos y experiencia y credibilidad desiguales. Los próximos 30 días permitirán comprobar si el votante percibe las diferencias y apoya una u otra vía, claramente diferentes.

Y eso que pasa en Estados Unidos no difiere mucho de nuestro escenario vasco. El 21-O no es una votación más. Se trata de elegir un camino cualitativamente distinto. No estamos en un momento de bonanza sostenible, ni en un estadio de tranquilidad y estabilidad económica y política ni de un momento de mantenimiento de estrategias previas. La Euskadi que vota el 21-O ha tenido la oportunidad de comprobar diferentes maneras de gobernar y dar respuesta a demandas ciudadanas, ha tenido la oportunidad de traer la esperanza de la paz, de comprobar que el éxito del pasado no es garante del éxito permanente, que nuestro bienestar esta en riesgo, que se mueven fuerzas contrarias a las aspiraciones de nuestro pueblo y que, por otro lado, saltos cualitativos resultan imprescindibles. Sabemos que es cuestión de economía pero que esta no es un elemento autónomo diferenciado de la política y el bienestar ni mucho menos del autogobierno real y su aplicación. Hemos comprobado el efecto de permitir desgobiernos sin formación, sin planes ni ambiciones colectivas adecuadas a la realidad sociológica y mayoritaria, hemos comprobado diferentes maneras de afrontar la realidad económica desde quienes diseñaron una estrategia que ha permitido diferenciarnos de forma positiva del entorno a quienes pregonan que no resulta necesario plan o intervención extraordinaria pública alguna, pasando por quienes no se enteraron de la crisis, se inhibieron esperando el maná de Madrid y lo esencial les ha pillado de paseo o disfrutando de su música favorita. También hemos comprobado que la ausencia de violencia no es sinónimo ni de paz ni de normalidad pues queda un largo proceso por construir. La Euskadi que vota el 21-O muestra resultados objetivos que permiten compararse. Y se ofrecen caminos muy distintos, a diferentes escenarios y lugares, en tiempos distintos con dirigentes, proyectos y trayectorias conocidas. El elector vasco no tiene la excusa del desconocimiento. Sabe qué puede esperar de cada uno, quién construye, quién destruye, quién espera obediente órdenes de terceros.

Como en Estados Unidos, Euskadi tiene un gran desafío el 21-O: ¿Hacia qué futuro aspiramos? ¿Quién, en verdad, nos ofrece la credibilidad demostrada para conseguirlo? Sin duda, en Euskadi también resulta imprescindible hablar de desempleo, de capacidad de crear empleo, riqueza y bienestar, de adecuar la deuda a las necesidades de un proyecto de futuro, a fortalecer la paz y la cohesión social, a elegir nuestro propio destino y a construir un proyecto propio al servicio de nuestra sociedad. Se trata de afrontar riesgos, y experimentar nuevos caminos. El 21-O debe ofrecer un panorama de ilusión y posibilismo hacia nuevos tiempos.