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Triunfo y derrota

Para quienes creen en las casualidades o atribuyen al azar el modo en que Dios interviene en nuestra existencia sin menoscabar el libre albedrío, todo lo que ocurre tiene su designio. El jueves pasado coincidieron el 75º aniversario del bombardeo de Gernika y la celebración en San Mamés de uno de esos partidos épicos que dejan huella, demasiado para un solo día. En él se reunieron el triunfo y la derrota, que no son nada el uno sin el otro, para revelar las contradicciones sobre el sentido de ganar y perder, un valor esencial en la construcción del proyecto humano. Y todo gracias a la intermediación de la televisión, no la despreciemos, que nos permite un conocimiento imperfecto de la realidad. ¿Cómo sobrevivían sin suministro de información nuestros antepasados?

El triunfo es siempre efímero, pero imprescindible como esperanza. Es un placer intenso que conviene exteriorizar y compartir al igual que otros deleites. ¿Quién se ríe o baila en soledad? Las imágenes de felicidad de la afición rojiblanca y el éxtasis de los jugadores nos han mostrado la bendita necesidad de expresar las emociones, algo que no practica Marcelo Bielsa, un triunfador absoluto que inhibe sus sentimientos, quizás por una mal entendida fortaleza personal. No puede usted, amigo mío, ausentarse de una fiesta que es suya tanto como del equipo y de Bizkaia entera. ¿Admitirá que sus pupilos le manteen en caso de ganar la competición? Deje que la tele nos regale ese recuerdo.

La derrota es la experiencia perfecta. Solo en ella somos verdaderamente dignos. Messi, Cristiano y Guardiola, acostumbrados al triunfo, la han sentido con fiereza. Pero la derrota de Gernika es brutal más por la mentira de Estado que por las víctimas. En Intereconomía hemos visto al militar Salas Larrazábal minimizar los hechos, así como a César Vidal en ETB vomitando sobre las tumbas. También Alfredo Amestoy ha hablado de mitos inventados. Se puede soportar una vieja derrota, pero no una derrota a la que se añade la ofensa. Cuidado con el futuro que hereda esa mala herida.