las piruetas políticas registradas en Malí en las últimas tres semanas constituyen todo un muestrario del triste contexto de la política africana.
En esos 20 días escasos, ese país fue escenario de un pronunciamiento militar en Bamako; de una escisión nacional (la de Azawad, patria de los tuareg malienses); de una repulsa internacional unánime a lo uno y a lo otro; de una imposición por los Estados africanos de sanciones económicas a los militares golpistas; y para cerrar el círculo, de una retirada de las sanciones al renunciar de palabra -los hechos están por confirmar- de los militares a su usurpación del poder.
Lo que queda por resolver es el independentismo tuareg, aunque tiene todas las de perder al haberse aliado con fundamentalistas próximos a Al Qaeda y pretender implantar la sharia -la ley coránica- en Azawad. Esta alianza la teme todo el mundo por el terrorismo que practica Al Qaeda y afines. Estos recurren al terror, los secuestros y las rapiñas sectarias tanto por ideología antioccidental como por interés, ya que es la vía más rápida y generosa de que disponen para financiarse.
Pero la gran crisis es el separatismo. Porque Malí, uno de los Estados más pobres del África Occidental, ha sufrido la escisión de sus territorios norteños, donde los tuareg se han declarado independientes y han dado al nuevo Estado -que aun no ha reconocido nadie- el nombre de Azawad, que en su idioma significa "tierra de los nómadas".
En realidad, la crisis separatista es fruto de tres problemas: el primero y más antiguo es la tensión racial entre el norte arabizado y el sur negro. El segundo es la pobreza que ha permitido a unos centenares de salafistas reclutar seguidores entre los nómadas sin recursos con el dinero que obtienen de los secuestros y el tráfico de drogas. Del rescate de los europeos secuestrados, los islamistas radicales han sacado menos de 200 millones de euros en cinco años. Pero del transporte y una relativa comercialización de las drogas sudamericanas han obtenido ganancias tan grandes que hoy en día constituyen para los nacionalistas tuareg una alternativa mucho más atrayente que la permanencia en el empobrecido y paralítico Estado de Malí.
La tercera causa del secesionismo azawadí es el hundimiento del régimen de Gadafi en Libia, ya que sus muchos mercenarios tuareg -cerca de 2.000- huyeron de Libia llevándose consigo abundantes armas, una buena preparación militar y la urgente necesidad de encontrar un nuevo patrón. Lo encontraron en la alianza de los salafistas de Aquim (Al Qaeda en el Magreb islámico) con los tuareg nacionalistas del Malí arabizado.
La fuerza de los exmercenarios tuareg de Gadafi se vio potenciada enormemente por el pronunciamiento de finales de marzo, ya que el Ejército abandonó inmediatamente después del golpe de Estado sus posiciones en el Norte del país.
En este punto llama la atención que los -por ahora- triunfadores de Azawad sean en realidad dos perdedores. El uno es el líder carismático y sesentón de los tuareg, Iad Ag Ghali, y actual jefe del Ançar Dine (Defensores del Islam), que encabezó en los 90 la derrotada rebelión del MPLA (Mouvement pour la Liberation de l´Azawuad).
El otro coligado son los salafistas del África Occidental que intentaron implantar el terrorismo de Bin Laden en Mauritania y fueron echados de allá por las fuerzas mauritanas decisivamente ayudadas por los especialistas del Gobierno francés en la lucha contra el terrorismo. Estos nómadas del terror se habían refugiados en los territorios escasamente poblados y aún menos controlados militarmente del norte de Malí.