El viejo hombre de letras catalán, Santiago Rusiñol, acuñó una frase que, con el paso de los años, parece alimentarse con verdades como puños: la vida es como un palo de gallinero, corta y llena de mierda. A casi setencientos kilómetros de distancia, un escritor bilbaino, Miguel de Unamuno, decía que la felicidad no es cosa fácilmente digerible; es, más bien, muy indigesta. Fuera de contexto, ambas frases ejercen de arietes para derribar las murallas del porvenir.

A ninguno de los dos letrudos han hecho caso las dos ciudades, Bilbao y Barcelona, que acaban de abrazarse para hacer juntas parte del camino, como si fuesen dos peregrinos rumbo a Santiago. Es bonita la idea de hacer el camino juntos, pero ha de profundizarse más, hay que darle correa a lo firmado. Vivimos, duele decirlo, en la era del envase donde el matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios. Quiere decirse que, pese la buena voluntad de los firmantes, al acuerdo solo lo hará bueno sus consecuencias.

Es esperanzador, eso sí, comprobar como sendas ciudades, con su mar y su equipo de fútbol correspondientes (es curioso: el Athletic de Bielsa juega como el Cantábrico, espoleado y a la brava, mientras que el Barça de Guardiola lo hace como el Mediterráneo, pausado y con luz...) han encontrado puntos de encuentro. El turismo, la ecología, las nuevas tecnologías, la proyección internacional que convierta a ambas ciudades en faros de este mundo; esos son, entre otros, los ladrillos con los que edificar el templo de la concordia entre las dos ciudades, al menos hasta el 25 de mayo, cuando el fútbol rompa la tregua y el camino se bifurque durante 90 minutos, los que dura una final de Copa.

Habrá -y sus razones tendrá...- quien no crea en los buenos propósitos o los considere una utopía. Pero la utopía, como dijo el uruguayo Galeano, está en el horizonte. "Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se desplaza diez pasos más allá. Nunca la alcanzaré. Entonces, ¿para qué sirve la utopía? Para eso: sirve para caminar".