30 segundos
Un anuncio dura poco y cuesta mucho, como la vida misma. Treinta segundos en el prime time de una cadena estatal se cotizan a 40.000 euros, que dan derecho a no pasar desapercibidos. Este es el origen de los excesos cualitativos de la publicidad: la necesidad de rentabilizar ipso facto su precio. Y así como son perdonables las locuras hechas por apurar la existencia humana (benditos pecados), se pueden disculpar las desmesuras publicitarias provocadas por la urgencia de ser queridos (comprados) y no olvidados (fidelizados). Lo inaceptable es la falsa superioridad moral de los liderazgos autoatribuídos: sus campañas son demoledoras.
La Conferencia Episcopal Española cree tener la exclusiva de Dios y con esa verdad robada ha construido su última campaña, que trata sobre la dignidad de toda vida humana. Los dogmáticos nunca hacen buenos anuncios porque la ortodoxia limita el ingenio. El mensaje imperativo es la negación de la ocurrencia creativa, con lo que el anuncio de los obispos es malo no por tomar el triunfo de la selección de fútbol como frívola metáfora de su argumento ("siempre hay una razón para vivir"), sino por lo que impugna: que frente al dolor y la irreversibilidad de la muerte hay otro sentido de la dignidad, incluso más caritativo que el suyo. Lo católico, tal como lo concibo, sería respetar esa diferencia y convencer sin condenar.
Otros entienden los anuncios como fuente de ingresos extra. De hecho, se mide la fama por el dinero que se gana con la publi. Quienes no deberían caer en esta tentación son los presentadores de informativos, como Pedro Piqueras, que ha vendido su imagen a Actimel, un producto probiótico tan eficaz como un yogur natural, pero cuatro veces más caro. Si la información es objetiva y la publicidad es "toda comunicación que se percibe como pagada", ¿por qué mezclar su diferente naturaleza en el mismo emisario? Anuncios y noticias formaban un oxímoron hasta que se inventó el publirreportaje, cuya última generación son los teleberris de Surio para la marca López&Basagoiti.