Olor a sangre
LA televisión huele la sangre, como las fieras olfatean el rastro de sus víctimas en la hora cruel de la depredación. Con el inicio del juicio contra el presunto asesino de la joven sevillana Marta del Castillo ha renacido el alma negra de los medios españoles que no renuncian al paroxismo del dolor con el que saciar a las masas hambrientas de desgracias ajenas. Y así, la jauría de Ana Rosa y la bandería de Susana Griso se han lanzado a la caza del sufrimiento exhibicionista y la ira popular en un torneo de pasión morbosa que durará semanas. Por ahora está venciendo quien mejor apunta a las tripas: Espejo público ganó el jueves a El programa de Ana Rosa. Una y otra prometen a sus fieles una interminable borrachera de sangre fresca.
Esto no es nuevo; pero el repunte del espectáculo de la televisión en rojo y negro vuelve a darnos la razón a quienes exigimos el fin de la degradación pública. Es tan contagiosa la infamia de la telebasura que esta semana hemos podido ver en una cadena privada, ¡dentro de un informativo!, cómo se agregaba a la noticia del hallazgo del cadáver de María Ángeles Germán, en Urbiola, el matiz envenenado, a todas luces irrelevante, de que esta señora tenía una aventura extramatrimonial. Esta y otras fechorías audiovisuales parecen dejar indiferente a una sociedad cautiva de la falacia de la libertad ilimitada.
El tratamiento mediático sobre la violencia feminicida conforma el muestrario de la perversión. ¿Por qué añadir a estas noticias las ignorantes opiniones vecinales? ¿Por qué presuponer que todo suceso trágico en el hogar es acto de terror machista? La tele nos dijo el miércoles que la muerte de una anciana y su marido en Gasteiz era violencia de género, cuando fue suicidio pactado o quizás homicidio accidental. ¡Basta ya de precipitación desbocada! ¿Son criminales los enfermos mentales o seniles que, en su desvarío, matan a sus compañeras? Dicen que la sangre humana huele a óxido de hierro. Que se lo pregunten a Ana Rosa o a Vasile: el aroma de la sangre les excita.