250 minutos

cUATRO horas y diez minutos al día es lo que cada ciudadano vasco ha gastado de su tiempo en ver televisión durante el pasado mes de noviembre. ¡Más de una sexta parte de su existencia! Me pregunto si en el PIB de la felicidad humana el consumo audiovisual se considera un indicador positivo, como el conocimiento o la esperanza de vida, o una variable negativa, como el desempleo o la tiranía. A los sociólogos la cuestión les parecerá irrelevante, porque el ocio televisivo es sólo un dato estadístico; sin embargo, pienso que el exceso (todo exceso) es un elemento desgraciador, por lo que de tantas horas pendientes de la pantalla sólo puede deducirse una conducta adictiva, seguramente inducida, y también un atisbo de vacío existencial.

No me sumo al coro de los petulantes enemigos de la televisión ("la televisión es chicle para los ojos", decía Frank Lloyd Wright), ni creo que sea la mayor amenaza de la democracia, según un apocalíptico Vargas Llosa. La televisión es una maravilla desquiciada en raptora de tiempo. Que nadie espere que la reparen los poderes públicos o los privados, porque ambos tienen especial interés en que millones de personas se reúnan sumisa y automáticamente ante ella. Para unos, la televisión es el medio de información más unilateral y dogmático que existe; y para los otros es el supermercado donde se exhiben las cosas, muchas de ellas prescindibles, en las que gastaremos todo el dinero que ganamos trabajando. De esta pinza abrumadora sólo escapan quienes tienen conciencia de su frágil libertad y de lo mucho que vale el poco tiempo que vivimos.

Si se conociera con qué altivez y desprecio hablan los productores de televisión sobre la gente, a la que consideran estúpida y maleable, no dedicaríamos un minuto más de lo necesario a una programación que ignora los sueños de nuestro mundo y lo envilece. Los que quieran desengancharse de la tele no tienen más que recordar que aquí el dueño del principal coliseo es un cínico llamado Berlusconi. Y que ETB la dirige Basagoiti. Apaga y vámonos.