Verano de cine
LOS programadores de tele -la gente que más sabe de la gente- discuten mucho acerca del tiempo que deben dedicar al cine. Saben que las películas son un ingrediente básico en la dieta del telespectador, pero no aciertan con la cantidad, porque mucho cine desdibujaría la diferencia entre las cadenas y poco cine dejaría insatisfechos de rica fantasía a los ciudadanos. De manera que los que cocinan la programación discrepan sobre el menú más equilibrado. Actualmente es éste: películas de calidad, uno o dos días, en prime time; cine familiar, en la sobremesa de los fines de semana; y telefilmes bajos en calorías, con mucha carga dramática y poco presupuesto, los sábados y domingos por la tarde. Conviene advertir que las cadenas pagan millones por emitir películas, por lo que se afanan en adelgazar comprando cintas congeladas, es decir, relatos antiguos que a falta de frescura aportan vitaminas de nostalgia. Los que hacemos anuncios conocemos el extraño placer que causa a los humanos ver una y otra vez la misma historia. El recuerdo es adictivo porque, carentes del natural alimento de los libros, hay mucha hambre de ficciones y aventuras.
Pero en verano las cosas se complican. El consumo televisivo se reduce y para mitigar esta desgana las emisoras incrementan la ración de cine, pero no la calidad. El cine estival es un recurso para ocupar la parrilla, en la que se fríen, vuelta y vuelta, las indigestas hamburguesas para el menú de estos meses. Cuanto menos pujante es una cadena, más cine añade a la cazuela. Y cuanto más pequeña es la huerta de producción propia, más artículos envasados compra en el supermercado de Hollywood. Esta es la triste realidad de ETB que, sin horizonte de programación e inactivos sus platós, se defiende con un empacho de Clint Eastwood y Steven Seagal para taponar su hemorragia de audiencia.
La televisión no es un cineclub: es una fabulosa miscelánea cuya vitalidad depende del talento y compromiso con la sociedad. El plato único de verano, el cine, es su gran fracaso.