EL historiador revisionista Pío Moa provocó un penoso escándalo la noche del jueves en Veo7, la cadena de El Mundo. Cuando el periodista Carmelo Encinas le recordó su pasado terrorista (perteneció al Grapo) y le reprochó que no estaba legitimado para dar lecciones de democracia a nadie, Pío se puso hecho un basilisco e insultó a su interlocutor con epítetos como gilipollas y caradura, a lo que Carmelo, más digno, replicó con el vulgar adjetivo de imbécil, todo ello sin mencionar el tráfico de insultos que hubo durante la interrupción del programa, forzada por el presentador ante el cariz tabernario que tomaba el debate sobre los diez años de Zapatero al frente del PSOE. Previamente, Moa había calificado al presidente español de delincuente e ilegítimo. ¿No disponíamos de un código de autorregulación para sancionar los comportamientos indecentes en televisión?

Lo relevante de esta bronca, una más, es la capacidad de olvido de los medios en la selección de sus tribunos. Porque son legión los que, amparados por la mala memoria colectiva, imparten clases magistrales de democracia pese a su pretérita militancia en organizaciones terroristas y partidos totalitarios. Ahí están, entre otros, Ramón Tamames, antiguo comunista y hoy adherido a la derecha, y Mario Conde, condenado a 20 años de prisión por saquear Banesto, ambos catedráticos de moral en Intereconomía. Y no digo nada de quienes, con historial de violencia y tiranía, se despachan contra el nacionalismo vasco en periódicos locales. Y hay gente, tan crédula, que les cree.

Por decencia cívica los medios deberían exigir a sus opinantes que acrediten el bachiller democrático o al menos no tener rastro de sangre ni haber participado en cruzadas totalitarias. La mitad de los tertulianos españoles no superarían las pruebas de aptitud. La memoria previene el engaño y si fuera una obligación ética evitaría que tipos como Pío Moa predicasen sus mentiras en la tele y la gente, olvidadiza y apática, no dijera ni pío. Maldita mayoría silenciosa, desmemoriada.