EL debate sobre el Estado de la Nación sólo lo han seguido 600.000 personas, muy pocas si consideramos la importancia del acto. Pienso que al desinterés político se le suma la escasa creatividad de la retransmisión y los reducidos medios que TVE despliega para hacer más atractivo el debate, teniendo en cuenta la premisa principal: los líderes políticos no hacen sus discursos para los parlamentarios, sino para la televisión.
A la Cámara sólo le importa la cámara, ese es el problema. Y puesto que se trata de un espectáculo (lo es estrictamente, por mucho que sus señorías se pongan solemnes) debería acometerse un mayor despliegue de tecnología y un criterio de realización más dinámico y completo. Es humanamente insoportable seguir una serie de arengas de varias horas sustentados sobre un único plano medio de los oradores. Es absurdo. Y por muy rígido que sea el protocolo de este género de emisiones, hay muchas cosas que se pueden ser mejorables.
¿Por qué no utilizar cámaras grúa? ¿Y por qué no recurrir a un mayor juego de plano y contraplano cuando el interviniente alude a un adversario? No se trata de desviar la atención de quien ocupa la tribuna, sino de crear un clima de interés para la audiencia. Y cuando hay bronca, no se debería recurrir al plano general o al presidente que modera, como hasta ahora, sino centrar la imagen sobre quienes se increpan. La cámara está para buscar lo más sugestivo y mostrarlo; pero me temo que los diputados seguirán cogiéndosela con papel de fumar y en esto de los debates continuarán siendo conservadores, militen en la izquierda o la derecha. Miden su eficacia política en minutos de televisión. Qué antiguos. Por lo demás, no ha habido sorpresas. Zapatero tiene el verbo más fácil, mientras que Rajoy es un orador limitado y tedioso. Duran i Lleida es el más seguro, Erkoreka el más convincente, Rosa Díez la más demagógica, Uxue Barcos la más emotiva y la canaria Ana Oramas la más elegante y clara, toda una revelación. Ha sido el regreso a la cruda realidad tras los fastos del fútbol.