No sé por qué hasta estas alturas la televisión todavía es capaz de sorprendernos. Porque tengo que reconocer que lo sucedido en la noche del pasado sábado me pilló a contrapié: La Noria, el programa más ordinario y vulgar de los fines de semana, donde se mezclan con morboso designio el chisme, el insulto y lo peor de la política en un enloquecido diálogo de sordos, decidió situarse a la cabeza de la solidaridad universal con un homenaje a Vicente Ferrer, héroe de la auténtica caridad, que se dejó la vida en la India por los más necesitados. No era una broma.

La ceremonia de la hipocresía se celebró después de que durante más de una hora repasaran al detalle la intimidad y las andanzas de la nietísima de Franco, Carmen Martínez-Bordiú, a cambio, naturalmente, de muchos miles de euros. Y tras ese festín de impudor, Jordi González se puso la chaqueta de la demagogia y se proclamó capitán de la caridad mundial para impulsar la candidatura de Vicente Ferrer, fallecido hace un año, al Premio Nobel de la Paz. ¡Aleluya, hermanos!

Y para que este evento de fingida fraternidad llegara al paroxismo, entró en escena Mercedes Milá, reina de la telebasura. Y entre ambos, Jordi y Mercedes, construyeron el más falso de los panegíricos a un hombre que, por su bondad sublime, no se merecía que se hiciera un espectáculo de su vida y obra. Un producto repulsivo, decorado con la adulterada blancura de las camisetas con que revistieron al público.

La mala conciencia es la corrupción del sentimiento de culpa, muy útil como regulador moral. Por mala conciencia las marquesas, embutidas en abrigos de visón, organizaban fiestas benéficas para los huérfanos y se dejaban ver en mesas petitorias. Por mala conciencia los militares justifican la guerra como camino a la paz y los cazadores se autoproclaman ecologistas. La mala conciencia de Telecinco afloró en el espectáculo de La Noria con Vicente Ferrer como oportuno recurso del circo. Y aunque daba dentera, ¿cuántas personas creyeron en la franqueza del homenaje?