La audiencia no nos representa
SI hiciéramos caso a las audiencias de televisión, este país no tendría arreglo. Un vistazo a la parrilla nos retrataría como una legión de chismosos, adictos a las noticias amarillas y a la información tendenciosa. Gente que pasa horas viendo una y otra vez las mismas imágenes del corazón repetidas hasta la saciedad en programas maratonianos con pausas publicitarias de veinte minutos. O fans de informativos en donde la actualidad es un mero envoltorio para el atracón de sucesos y deportes o para las soflamas más extremistas. Con todo respeto para ellos, esos televidentes no nos representan.
Con la pequeña pantalla sucede lo mismo que con los bares y el humo del tabaco: sólo los fumadores están a gusto, el resto tenemos que exiliarnos a un lugar más acogedor. Por ejemplo: ¿dónde está la audiencia joven con inquietudes o con criterio? ¿Dónde se refugian? La respuesta es sencilla: en internet. En ese mundo en el que no existe la tiranía del Lo tomas o lo dejas porque la oferta es infinita, y donde puedes elegir el programa y la hora para verlo. Allí las series se hacen famosas meses o años antes de que se estrenen en España, porque los capítulos se descargan a través de Emule o BitTorrent pocas horas después de emitirse en Estados Unidos. Hoy ya son millones los que ven la televisión en la pantalla del ordenador gracias al streaming, con la posibilidad añadida de comentar los episodios con los amigos en tiempo real a través de las redes sociales como twitter o facebook. Perdidos, en Cuatro, y El Conquistador del Fin del Mundo, en ETB, han sabido aprovechar esta nueva forma de mirar con un éxito considerable. Tengan cuidado, porque si lo prueban, repiten.