Si hubieran nacido hace 160 años serían los típicos charlatanes que venden elixires y se largan con la pasta, o hubiesen trazado mapas donde enclavar imaginarias minas de oro; en fechas más recientes hubiesen sido reclutados por la banda de golfos apandadores que lidera el tío Gilito o tal vez se dedicasen a la gobernanza de una concejalía con posibles, sin alguaciles judiciales a la vista, claro está.
Quiere decirse que siempre han existido magos del trile, gente perita en la rapacería y el escamoteo; tipos dispuestos a falsificarse una vida ajena para ganarse la propia. Hoy también. Ahí están, al descubierto y sin sonrojarse aunque les hayan levantado la manta de un subsidio social que cobraban sin corresponderle. ¿Lo han hecho por necesidad o porque se saca más partido a las ideas cuando se usan para delinquir que para ganarse una vida honrada? Cada caso -y son cientos- lleva detrás su historia.
Llama la atención, eso sí, que muchos han sido delatados por sus vecinos, tachados ahora de chivatos en la comunidad de portales, quizás porque algún otro - ¿el del primero derecha, tal vez?- también tiene manta de la que tirar. Aunque, bien pensado, resulta difícil no ver algunos de estos fraudes que se perpetran en vivo y en directo, día tras día. Por ejemplo, la historia de ese matrimonio con tres hijos. Cobran la ayuda desde 2002 pero el marido trabaja en la economía sumergida -ésa que mantiene a flote al paisanaje- y ella regenta un negocio, poseen dos coches propios y los hijos acuden a un colegio privado. Si llegan a indagar en la intimidad descubren sábanas de raso negro en la cama para guarecerse del frío y una cazuela de angulitas para matar el hambre. Pobrecitos.