Algo tendrá el agua cuando la bendicen, dice la voz popular, olvidándose que algo más tendrá el vino porque lo consagran. Anda el gentío estos días con el agua al cuello para llegar a fin de mes y la cartera más seca que la mojama. Dice Pedro Barreiro, aquí a mi izquierda, que por el precio de un cubata ellos dispensan cinco mil litros de agua. Ambos son líquidos elementos pero... ¡vaya diferencia de equipaje!
Viene al caso este paseo por los acueductos ahora que anuncian la ascensión de la tarifa del agua hacia el santoral de los productos caros. En cuatro años la factura dará un salto de cincuenta años que, bien mirado, tampoco es para poner el grito en el cielo, ese al que miran cada amanecer los hombres del campo, para quienes el agua es el incienso. Oí en cierta ocasión a un agricultor alzar la voz contra la ecología de diseño en un congreso internacional del ramo, donde sesudos hombres de chaqueta y corbata manejaban tratados de mucho peso para explicar la ingeniería hortifrutícola, la semilla genética en el desarrollo del nabo en tierras de regadío y cosas semejantes. En un descanso de aquella cita, asfixiado por la corbata que nunca uso cómodo y por las sandeces oídas, dijo, a quien quiso oírle: "Agua, sol y basura... y menos libros de agricultura".
Hubo un tiempo en Bilbao en que se escuchaba en la calle aquello de curas y taberneros, del agua hacen dineros. Hoy se bautiza menos que nunca, ni a recién nacidos ni los vinos de garrafa destilados en las alhóndigas. En verdad puede decirse que son una especie (los vinos, quiero decir...) desaparecida. Un viejo bodeguero me confesó, en una tarde de borrosos recuerdos, que el agua del grifo de Bilbao era idónea para el negocio. Insípida y bien tratada, facilita el redondeo de tres cuartos de litro de vino.
Entre las virtudes del agua, alguien dejó escrito, está la de no emborrachar. Decir que es necesario para la vida no es más que una excusa para ganarle metros al artículo porque es de sobre sabido. Lo que tal vez no lo sea tanto es que el agua y el miedo guardan parentesco. Hay miles de personas que la temen y otras tantas que, en momentos de pavor, sienten seca la garganta y necesitan beber. Recuerden, si no, el día en que Kruschov denunciaba los crímenes de Stalin en el parlamento cuando un individuo gritó: "Si era un criminal, ¿por qué se callaban ustedes?". Kruschov bebió un trago y preguntó quién había sido, pero nadie dio la cara, así que se limitó a decir: "¿Prefiere usted callar? Por esa misma razón nos callábamos todos".