La población de Gaza sufre; los ucranianos, cansados de una guerra que se prolonga ya hacia su cuarto año; Sudán atrapado en un laberinto de violencia; Haití sin Estado… Y así podríamos seguir con una larga lista de países. Es la ironía de un mundo marcado por la guerra, la violencia, las desigualdades y, además, un planeta que soporta tanto las acciones humanas como los efectos de su propia evolución.

Quizá la mayor ironía de todas sea la aspiración de Donald Trump al Premio Nobel de la Paz. Hablamos de un personaje con cientos de causas abiertas en la justicia norteamericana, de un expresidente que ha blindado militarmente su capital. Puede que algunos lo presenten como candidato por sus intentos de frenar la guerra en Ucrania. Pero, de momento, ni está ni se le espera.

España tampoco se libra de sus ironías. El mes tradicional de descanso se ve cada vez más marcado por incendios interminables, trenes averiados, termómetros disparados y un aire casi irrespirable. Y mientras tanto, con todo tipo de desgracias, la ciudadanía soporta estoicamente todo lo que venga: la covid-19, una vivienda a precios estratosféricos, tormentas dana, hogares arrasados por las llamas, sudor en exceso… 

Aquí también, si buscamos culpables, cada persona tiene sus propios nombres, como cuando se discuten alineaciones deportivas. Funciona mucho el y tú más, con tal de no reconocer errores y ponerse manos a la obra para solucionarlos.

Son las ironías de un mundo que no sabemos si busca su equilibrio… O si, definitivamente, a estas alturas ha perdido el norte definitivamente.