Imágenes de Gaza muestran a un niño de unos 12 años, entre ruinas, solitario,  moviendo la cabeza con desesperación; no le salían las lágrimas, pues ya las había derramado todas. Estaba abandonado y ya no esperaba nada. La noticia decía que había perdido a toda su familia. Su semblante movía a compartir su dolor, ponerse en su lugar y denunciar la injusticia que supone no la guerra, pues es genocidio que provoca un estado “civilizado” contra un pueblo al que el invasor impide progresar para dominarlo. Ver a un niño hundido en la más profunda tristeza provoca mezcla de compasión, junto a rabia contra quienes viven de la guerra. Habría que proyectar esas imágenes apersonas de orden que acusan a los  palestinos de terrorismo contra judíos que disfrutaban en una fiesta popular el 7 de octubre, masacraron a un grupo, secuestrando a otros para canjearlos por palestinos prisioneros. Esas personas honorables justifican la venganza del Tzahal utilizando  armamento suministrado por estados civilizados, destruyendo escuelas, hospitales y viviendas causando el genocidio que le acusa Sudáfrica asesinando niños , mujeres embarazadas y ancianos con la disculpa de destruir a Hamás, como estrategia para provocar el pánico como arma de guerra asediando a los más débiles, demoliendo infraestructuras y obligando a la ciudadanía a movilizarse permanentemente, con propaganda proyectando imagen de que la población gazatí encubre a terroristas, Toda esta estrategia con la colaboración de la prensa internacional. Además, EE.UU. vetan todo intento de cese del genocidio. Ese niño sin esperanza es un terrorista de Hamás para “los medios de difusión que proclaman el derecho de Israel a defenderse”.