Las navidades es lo que tienen, comer, beber, querer, comprar, cantar y dormir. Empacho. Más ahora que empiezan dos meses antes y te empachas por partida doble, triple o cuádruple, entre anuncios, regalos... Luces, más luces, y más luces. Más comprar y más comprar, en inglés o en lo que haga falta: Black Friday, calles y tiendas con luces led de colores, globos sonda, cenas de empresa, aguinaldos, música y trompetas. Otro empacho. ¿Quién da más? La felicidad a cuatro patas, el hedonismo, el disparate. Y el que venga detrás que arree. Farolillos de noche. 

Atascos imprevistos monumentales por su causa que hasta hace quejarse a la policía. Pista de hielo en mitad de la plaza del pueblo. ¿Alguna ocurrencia más para llenarnos las calles de la zona viaje de la ciudad y no poder llegar al portal de casa sin pedir permiso a la marabunta? Y encima te miran con mala cara, como si la calle fuera suya. Solo te falta un acordeonista o algún guitarrero bajo el balcón de tu casa para cagarte en lo más barrido, llamar a la policía municipal y que te pasen al jefe de la policía y te diga que eres un intolerante por llamar; le contestes que le vas a llevar al músico a su ventana; te conteste que bastante música tiene él y te cuelgue el teléfono, como me ocurrió hace tiempo. De profundis. Ya va faltando menos para descansar. Pero bueno, todavía están por llegar sus Majestades de Oriente, los Reyes Magos. Más regalos... y otra cena y posterior comida, otro empacho y ya van unos cuantos. Desde el fondo del alma clamamos piedad. Paciencia, Señor, que diría la abuela.