El 10 de diciembre de 1948, se aprobaba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, con su ya más que conocido preámbulo: Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Han transcurrido 75 años de aquella histórica declaración y yo me pregunto ahora mismo qué queda de todas aquellas buenas intenciones… De la ilusión y tesón que pusieron al redactar dicho documento, de esos personajes ya históricos, que pensaron sin ninguna duda, en mundo más digno y justo, enumerando toda una larga y extensa lista de derechos inalienables. Si en este punto de la historia, volvieran atrás, y vieran el devenir de aquella histórica declaración, es decir, el cumplimiento o compromiso por aquellos países o entidades que supuestamente lo suscriben, tal vez, se avergonzarían de sus actuales sucesores, con poco o ningún compromiso (salvo honrosas excepciones) con el espíritu de aquella primitiva declaración. Todos aquellos derechos se quedan actualmente en poco más que pomposas y huecas intenciones, pese a los llamamientos de organismos internacionales, con sus máximos representantes a la cabeza. Solo queda esperar que se imponga un poco de raciocinio, es decir, un poco de ética y, sobre todo, de esperanza para este mundo nuestro. Respetemos y honremos su memoria.