“Viendo Jehová que Moisés caminaba hacia el fuego, lo llamó en medio de la zarza llameante: ¡Moisés! Yo soy el Dios de tu padre, de Abraham, de Isaac y de Jacob. Entonces Moisés cubrió su rostro, porque tuvo miedo de mirar a Dios…”. Hombre, como pasaje bíblico, nada puede superar a unos Mandamientos escritos en dos piezas de piedra, que más tarde, Moisés, con un rebote que le puso el pelo blanco, partió en los costillares de algunos esclavos jaraneros, recientemente liberados, que se pasaban códigos y reglas por el forro del Vellocino. Y ya se sabe que los pleitos cerrados en falso tienden a repetirse eternamente… ¿Cenizas a las cenizas? Vale. Pero resulta que como eternamente quiere decir eternamente, aquellas cenizas del monte Horeb, ahora se llaman ruina y desolación en los montes de Ourense y otros lugares de nuestra geografía. Es inevitable que un monte arda alguna vez, pero no que se convierta en rutina. O que la rutina oculte la necedad de jubilosos domingueros, creando y abandonando materia combustible después de la barbacoa. Si quitamos antifaces, puede que descubramos venganzas personales vecinales, ajustes de cuentas varias o intenciones especulativas, entre otros pretextos. ¿Qué medidas se adoptarán para reducir el problema? La escasez de medios técnicos, así como cierta blandura coercitiva, permiten que esta recurrente locura se prolongue. ¿Oído, Xunta? Pues eso…