Confieso mi fobia a centros médicos y similares. El olor característico de los fármacos. Esas puertas entreabiertas donde asoman abatimiento y desesperanza? Es superable, de hecho alguna vez me asomé al muro que separa el sosiego de la amargura. Son muros infinitos, pero más grandes cayeron en Jericó al toque de trompetas insistentes. Suponía que este tipo de aversiones eran habituales, pero ahora ya no sé qué pensar. Fui a visitar a un ser querido al Hospital Universitario de Cruces. Dispone de múltiples especialidades y una ejemplar atención humana. Sus casi 1.500 camas obligan a recorrer amplias distancias, pero de forma cómoda. En uno de tantos pasillos, me cruzo con dos conocidos que iban a paso de marcha. Tras los protocolarios saludos y preguntas sobre quienes teníamos ingresados, me dicen que ellos a nadie; enseñan unas pulseras de esas que controlan pasos, calorías, etcétera, y explican, sin dejar de moverse, que cuando hace malo patean el hospital de arriba abajo hasta la hora de comer y que su meta era superar los 6.000 pasos, hasta llegar a 10.000. Nos despedimos y continuamos nuestro desigual recorrido y motivación. Comentando el tema irónicamente con otros amigos, me dicen que de risa nada, que estos casos eran práctica habitual. Solo confío que una de las etapas ciclistas al País Vasco no termine algún año en la terraza de helicópteros del centro?