La Iglesia pierde votos y gana años cada día. Renovarse o morir, digo yo que viene al caso. Se me ocurren algunas ideas, pero me quedo con una por centrar un poco el tema. Algo que no hay que hacer para seguir con esa curva, aquí en mi barrio. Y lo que no hay que hacer es demoler un edificio singular, enmarcado por dos palmeras que rozan el cielo, para sustituirlo por una mole de ocho pisos hacia arriba y cinco hacia abajo (ay, los cimientos), a cuatro pasos de un colegio público que quedará a la sombra y dejando al barrio menos barrio. El terreno es privado, sí, y su propietario (el Obispado de Bilbao) manda y ordena, por supuesto. Pero, y me remito a un proverbio bíblico, ¿acaso no vale más el buen nombre que muchas riquezas y la buena reputación resulta más estimable que el oro y la plata?