Por no llevarnos la contraria en este global manicomio que habitamos últimamente, el tiempo se ha vuelto loco y podemos escribir de madrugada medio en pelotas y sin encender la calefacción. Puede que el ahorro energético de noviembre lo gastemos el 2016 en sayas de mayo, al igual que es posible llegar a esa fecha sin que se haya formado gobierno en Catalunya. Siendo la independencia catalana el tema menos creíble del año, se la regalan más horas de audiencia que a la resolución de la crisis o a la exquisita formación de la población. Si en lugar de aburrirnos con ilegalidades y paranoias políticas, se entretuvieran los medios en darnos clases de costura, de control numérico o de derecho otro gallo cantaría en los amaneceres ciudadanos. Aquel buen profesor de Derecho que dé el salto a la pantalla, acercando la jurisprudencia al pueblo será nuestro próximo mesías. El ministro de Educación que imponga su estudio en las escuelas, también. No tenemos claro que siempre coincida la ley con su propio reglamento, pero solo conociéndolo se puede opinar sobre ello. Para eso tiene que haber interés en enseñarlo, y no hay en estos momentos más interés que el de desautorizarnos a hablar de independencia, como si la palabra fuera síntoma de cordura y pudiera provocar un motín en el manicomio. ¿Qué sería de nosotros si no hubiera independencia en el poder judicial y los jueces ni siquiera participaran en los procedimientos judiciales que de unilateral manera convierten cuerdos en locos y capaces en incapaces?