Estos días, muchos de nosotros, cada uno con nuestra forma de pensar, depositaremos unas flores en la tumba de algún ser querido. No deja de ser misteriosa la energía de un amor que, al seguir vivo y dando vida a quienes lo recibieron de un modo u otro, bien puede merecer el calificativo de inmortal. Menudo tesoro el de quienes llegan a captar la felicidad de quien les dio amor y se apresuran a devolverlo para participar del festín. ¿Será posible que el ser o no ser feliz esté tan al alcance de nuestras manos? ¿Por qué decimos entonces que, con los pies en la Tierra, la felicidad es algo inalcanzable? ¿Será acaso por nuestra obsesión en recibir y acumular, olvidándonos del devolver?

En este puente de Todos los Santos 2012, con la crisis y la desolación a la orden del día para demasiada gente, no estaría de más darle unas vueltitas al tema. No intento privar a nadie de celebrar su Halloween o noche de la brujas, como mejor le plazca. De todos modos, diría que no me acaba de llenar la felicidad efímera de jugar con el misterio que late en cada uno de nuestros cementerios. En el día de difuntos me gusta más tratar de examinarme bien en el amor o en la solidaridad, según me sitúe en un plano personal o comunitario. En definitiva, el amor es a la vida lo que la solidaridad a la convivencia.

Estaría bien que nuestros políticos, tan enfrascados en la búsqueda de acuerdo, reconocieran la importancia de la solidaridad. Desde la perspectiva de la comunidad, únicamente las soluciones solidarias podrán sacar del agujero a quienes, cada vez en mayor número, arrastran sus penas por el camino.