Y además, ¿quién soy yo? -cuestionó Hamlet en plenos Sanfermines en la barra de un bar de la calle Estafeta-, ¿un paladar brindado y satisfecho o soy aquel que se adentra por una empalizada a este poblado laberinto de un cuarto de hora antes de las ocho la mañana y sortea al penúltimo fantasma de rutilante negro que se pierde en las astas mientras otea Telefónica con la prima de riesgo a sus espaldas?

¿Ser o no ser?, es cual visión de recién nacido, sentenció Hamlet, volver a nacer a riberas del Arga tras embestirme un torazo en el encierro y hacerme un rasguño de seis puntos en el costado del vientre, casi nada. A San Fermín le pido -cantó Hamlet aupando su rosado- por ser santo patrón, me guíe un largo encierro si torno a Dinamarca. Mientras tanto, si vuelvo a ver a esa hermosa navarra que me encanta con el pañuelo rojo al cuello con la foto del papa… voy a dejar a Shakespeare, por creído y miedica, convertido en un escriba de series en horario de gran audiencia con formato amoroso, sembrado de viñedos y regado de cuernos y de herencias, es decir, con formato de sándwich relleno de lechuga, huevo duro y chorizo pamplonica.