Uno ojea Eurovisión para contemplar al friki de turno pero en verdad no es más que una lucha de nacionalismos donde a todos nos gustaría ver a Euskadi. Nadie duda de que medio país nuestro, como sucede en Suecia, se agolparía en el televisor para elegir al candidato, y de que España al fin sumaría cuantiosos votos porque los recibiría tanto de aquí como de Catalunya -dudo que al revés ocurriera igual- por eso de la afinidad musical, como antes los abrazaba desde Andorra. En verdad, el concurso es espectáculo tecnológico, visual... y pasional. Y a pasión, nadie gana a Euskadi.
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