Hace unos días leí la noticia de que un enfermo del hospital psiquiátrico de Bermeo se había escapado. Según informó DEIA hicieron falta una doctora, un remero del equipo de Urdaibai y varios agentes de la Ertzaintza para que volviese con su médico. Me dio mucha pena, por el enfermo y por su familia. Como madre de una enferma, yo también he pasado por ello. Porque, que yo sepa, al menos en cuatro ocasiones se escapó del hospital de Zamudio, precisamente al que han trasladado al enfermo referido.

Con la agravante de que, a pesar de los esfuerzos por encontrarla -doy gracias a la Ertzaintza por su colaboración-, mi hija pasaba varios días fuera del hospital, sin atención médica, ni medicinas y Dios sabe con quién, con la consiguiente angustia para la familia, que nada sabíamos de ella. Como no la encontrábamos y por encontrarse mal, supongo, volvía ella o se ponía en contacto con su médica. Aún recuerdo los días en los que no sabía nada de mi hija y los sonidos que antes me pasaban desapercibidos, como la sirena de una ambulancia o la de los bomberos, me producían un escalofrío por todo el cuerpo. Simplemente el sonido del teléfono me hacía saltar. Sólo las personas que han pasado por lo mismo saben lo que digo.

Todo mi cariño para ese enfermo y su familia, que hago extensible a todos los enfermos mentales y sus familias.