Grandes aplausos para Sanae Takaichi tras ser proclamada primera ministra de japón. Es la primera mujer que ocupa el cargo y en la tradicionalísima sociedad nipona podría significar que las mujeres dejan de ser gheisas u otakus para destacar. Pero luego uno ve un gabinete con solo otras dos mujeres de 24 cargos, su relato revisionista del imperialismo preatómico, que raya la negación de sus crímenes, o el sentir antipacifista de esta admiradora de Margaret Thatcher y se agotan las expectativas.
Algo así le pasa a la izquierda contemporánea, que cada vez se parece más a la atávica en su capacidad de dividirse y confrontarse. Lo clavaron los Monty Python con su Frente Popular de Judea. Ahora surge un peligroso condimento en esta carrera por la posesión de la verdad absoluta: el populismo. En Euskal Herria ha nacido una sigla que rechaza la inmigración desde la izquierda nacionalista. Ezker Nazionala alimenta la suspicacia hacia los inmigrantes y la viste de lucha de clases: la inmigración masiva beneficia al capital. Spoiler: eso lo inventó el primer ministro eslovaco, Robert Fico, que se amamantó al calor del Partido Comunista, se proclamó socialdemócrata y acaba de acusar a sus correligionarios europeos de ser un partido de homosexuales por reprocharle su acuerdo de gobierno con la ultraderecha. Se ve que la izquierda no es un espacio ideológico sino todo espacio que ocupe quien la patrimonializa. Esto de la lucha de clases, progresista ya no parece; y la dictadura del proletariado ya acabó siendo lo primero sin los segundos.
Pero lo sustancial es que no nos cambien la hora en invierno y verano. Lo dice Sánchez y el PP le contesta que ese es un asunto que agita para esconder su corrupción. La corrupción ajena es el único punto en la agenda del PP. Pero no crean, no es para esconder su falta de coherencia sobre el aborto, el agujero de la sanidad andaluza en los cribados de cáncer, el procesamiento del novio de Ayuso...
Nicolás Sarkozy, a la tercera
Encarcelado. Otro rato habrá para valorar el criterio del tribunal que lleva a Nicolás Sarkozy a prisión. Sorprende que la sentencia admita que, más allá de los testimonios, carece de prueba que acredite que fue el beneficiario del dinero que se supone que pagó Gadafi para su campaña presidencial. Da que pensar. Pero no es la primera condena del expresidente francés, sin que las dos previas le enviaran a prisión por ser unas penas reducidas: una por superar el límite de gasto electoral y tratar de encubrirlo y otra por intento de soborno de un juez. Vamos, que a la tercera ha ido la vencida y también eso da que pensar.