Sin saber qué escribir salgo al balcón a echar una calada, cuando aparece ama por sorpresa a preguntarme qué tal nos va a mí y a las cosas de aquí. Tras pensarlo, le cuento algo que ha pasado desapercibido pero me ha cabreado, que no es otra que la cavilación de D. Aznar, quien al hilo del embargo a Israel exclamó, como si aquello fuera el fruto de la más profunda de las reflexiones solo accesibles a las mayores mentes planetarias, que “la política internacional no es cuestión de emociones ni de sentimientos sino de realidades”.
Ama se congestiona preguntándose que, de no tener emociones con lo que está pasando en Palestina, en qué momento hay que tenerlas? Entonces me recuerda cuando D. Aznar hizo política internacional declarando la guerra a Irak por guardar armas de destrucción masiva, llegando a contestar a un periodista que “puede estar usted seguro y todas las personas que nos ven, estoy diciendo la verdad”. Le pregunto si aquel tipo se basó en una realidad, en un sentimiento o en una emoción, y ella responde que no sabe a cuál de las tres responde la mentira.
Continúa la prédica antes de despedirse concluyendo que la política, la de aquí o la de allá, debe hacerse basándose en un análisis de las diferentes realidades que se mueven alrededor de cualquier problema, pero que todas ellas siempre surgen de sentimientos y emociones, incluso las de ganar dinero, tener más poder o exterminar a un pueblo, que también son emociones, aunque canallas.
Mientras se evanesce, le comento que el domingo me pasaré por el Alderdi Eguna, pues además de buen talo y txakoli, hay sentimientos y emociones de las comprensivas, de las que me gustan, de las que necesitamos para hacer buenas políticas de realidades. Justo antes de irse, me mira sonriente y me dice: Propagandista!