No llevamos dos semanas de año y ya estamos entretenidos viendo cómo el mundo puede dar tanto de sí sin romperse del todo menos mientras lo soportamos pretendiendo que no sucede nada. Ya se ha confirmado que el año pasado fue el más cálido del planeta, que ya estamos por encima del grado y medio que marcaba ese límite indeseable de los acuerdos de París de los que ya nadie se acuerda, claro. Mientras tanto las imágenes de los niños en las minas africanas muriendo explotados bajo condiciones horrorosas mientras obtienen los metales que necesita el mundo no las vemos porque nadie las pone. Las cifras del genocidio de Gaza aparecen de vez en cuando, pero tampoco hacemos mucho por verlas y menos por exigir acciones contra los asesinos. Pero no dejamos de ver y consolar a milmillonarios cuyas casas arden en incendios que se suman a otras catástrofes provocadas por la necedad humana.
No deja de ser curioso cómo se hizo de popular la metáfora del efecto mariposa de Edward Lorenz, descrita hace más de 60 años, para poner de manifiesto cómo sistemas complejos como la atmósfera cambian a la larga por algo tan leve como el aleteo de una mariposa. Es paradójico sin embargo que no queramos ver la relación entre estos males que acontecen y nuestras acciones, ahora que contamos con más datos y modelos que permiten entender cómo se propagan, ahora que sabemos que las danas, las sequías o los incendios son tanto más probables cuantos más coches y megagranjas se hacen, cuantos más aviones de ricachones y lowcosts vuelan y cuantos más negacionistas impiden políticas útiles. Rendimos pleitesía a un mundo caduco que ya ni siquiera es capaz de mantener el ritmo de vida de las clases medias. Este año viene ya la rapiña descarada, el abuso, la guerra… Esa mariposa no la supimos parar a tiempo.