TAL día como hoy hace 50 años, llegaba a Oñati procedente de Boise (Idaho), un nutrido grupo de alumnos, profesores y familiares dispuesto a cursar un año académico, ya que la Boise State University había accedido al deseo de Pat Bieter de crear en tierras vascas un pequeño campus donde la historia, la cultura y la lengua vasca tuvieran un lugar preferente. Un deseo, más bien un sueño, que John y Mark, hijos de este americano con raíces irlandesas, han llegado a calificar con ternura como una locura. Bendita locura. El amor por lo vasco le surgió desde su matrimonio con Eloisa Garmendia, descendiente a su vez de migrantes vascos de Lekeitio, Larrabetzu y Lezama.

Camino al edificio que los Canónigos Regurales Lateranenses –conocidos como los agustinos– habían levantado pocos años atrás en el barrio Larraña, cruzaron el pueblo escoltados por la Guardia Civil. Desconocían aquellos jóvenes la razón de tal “cortesía”, motivo por el cual alguno de ellos llegó a pensar que se trataba del protocolo con el que se recibía a los visitantes ilustres. La realidad era otra, sin duda más incómoda: pocos días antes, Jabier Zumalde, El Cabra, y su gente habían colocado unos explosivos allá donde se instalaría el campus.

Fueron aquellas detonaciones la expresión más dura de un movimiento contrario a la llegada de los que eran incluso calificados como intrusos por ciertos sectores. La acusación más severa era la de ser una tapadera de la CIA, pero cuestiones como las drogas, el sexo, la especulación inmobiliaria y el riesgo de ser utilizados por el régimen de Franco flotaban en el ambiente, e incluso fueron motivo de debate en las conversaciones y negociaciones que Pat Bieter y su entorno tuvieron durante casi dos años en la Euskadi peninsular, pero también en la Euskadi continental con personas refugiadas. Lógicamente, el proyecto estuvo a punto de suspenderse varias veces en aquel convulso periplo.

Los recelos y las sospechas desaparecieron pronto y la integración del grupo en Oñati fue tan rápida como fructífera. Aquella experiencia tuvo su continuidad durante cuatro cursos más, hasta que nuevas realidades como la creación de la EHU-UPV se fueron imponiendo. Pero la huella que dejó en Oñati pervive aún. Además, aunque no sea un aspecto en el que hayamos casi reparado, se trató de un capítulo más en la extensa vida universitaria de la villa, que arranca en el siglo XVI y pervive aún con realidades como Mondragon Unibertsitatea y el Instituto Internacional de Sociología Jurídica. Un precioso retoño de todo aquello fue, por otra parte, la USAC, el consorcio creado por Carmelo Urza, profesor en aquel primer campus de Oñati, que durante décadas ha enviado –sigue enviando– a decenas de miles de estudiantes americanos a universidades de todo el mundo, especialmente a tierras vascas.

La novedosa experiencia se desarrolló en un momento especial para la diáspora vasca de los Estados Unidos de América, que se encontraba en un periodo de transición. Superando viejas inercias y no pocos recelos, se creó en 1973 la NABO (North American Basque Organizations) y emergieron centros de estudios vascos, primero en Nevada por impulso de Willam A, Douglass y Jon Bilbao, posteriormente también en Idaho. Es en ese contexto donde se ponen en marcha dos iniciativas pioneras de cursos de verano en 1970 y 1972, en Uztaritze y Arantzazu, con importantes colaboradores como Yon Oñatibia. Aunque tal vez habrá que retroceder al VII Congreso de Estudios Vascos de Miarritze de 1948, para encontrarnos con la idea original del propio Bilbao, siempre creativo con sus proyectos. En una comunidad habitualmente reticente a hacerlo, también comenzó a despertar cierta implicación en la situación política vasca, sobre todo desde el Proceso de Burgos de 1970. Por último, comenzaba a nacer un interés por el euskera por parte de la nueva generación de vasco-americanos.

El alumnado de aquellos cinco cursos vivió su vivencia como una aventura, palabra que más repiten al evocarla. Sin duda lo fue, pero la historia ha demostrado que todo aquello fue mucho más que una mera aventura. Que supuso un hito en las relaciones de la diáspora vasca de los Estados Unidos de América con su tierra de origen, pero que también posibilitó una mirada nueva, fresca, de los vascos de aquí sobre todos ellos. Tampoco podemos perder de vista un hecho muy importante, que a veces tendemos a olvidar: al contrario de lo que se piensa, la mayoría de aquellos jóvenes no era de origen vasco, lo cual facilitó, ya de vuelta, un enorme acercamiento de todos ellos a la realidad vasca de ambos lados del atlántico, con todos los beneficios que se han derivado de ello durante décadas.

Llegado el 50 aniversario del inicio de esta bella historia, decenas de aquellos jóvenes anuncian su llegada a Euskal Herria durante los próximos días. Les esperan aquí viejos amigos que volvieron años más tarde para quedarse. Nuestras instituciones han entendido la importancia del acontecimiento y se han volcado con los actos conmemorativos. Serán días de reencuentros. Días en los que, amén de recordar a los que faltan, volveremos a concluir que todo aquello mereció la pena. Vaya si la mereció. l

Autor del libro conmemorativo del 50 aniversario