Ya estamos con el eterno debate. Estamos quienes adoramos el ascenso de las temperaturas al nivel máximo, esa Euskadi tropical en la que es difícil conciliar, reconozco, el sueño. Y están quienes lo aborrecen con toda lógica porque les altera sus funciones más vitales. Llegados a este punto la convivencia entre posturas antagónicas va a ser imposible. Puestas a pedir, lo más amable sería no superar los treinta grados pero no bajar de los veinte en puertas de agosto. Un deseo harto improbable viendo las variaciones climatológicas de nuestro país. Así que dentro de unos días volveremos a discutir sobre qué calor o qué frío. Sin remedio.