CUANDO era solamente un niño, como todos los niños, imberbe, una de las características que más me gustaba del Cristo anunciado para la Semana Santa de Balmaseda era que empezaba a oscurecérsele el cutis de su cara, dejándose crecer la barba, al menos dos meses antes del Viernes Santo. Quienes no tenían una barba copiosa, y a poder ser de color oscuro, no eran apropiados para llevar a cruz a cuestas y, de ese modo, convertirse en el personaje más importante de la Pasión Viviente balmasedana, rodeados de barbudos “cobardes y faltos de fe” que, a pesar de conocer al Cristo que actuaba, incluso a sabiendas de que se trataba de un acompañante que tomaba vino con ellos en los días de labor, no dudaban en pedir la muerte para él a voz en grito… Y si formaban parte del elenco de actores más activos y señalados, golpear las espaldas del Cristo con saña y cierta violencia.

El Cristo de Balmaseda... y otros Cristos

A mí Cristo siempre me pareció un muchacho fino, inteligente, bondadoso y, sobre todo, bien intencionado. Se dejaba sacrificar y maltratar, matar incluso, porque su reino no era de este Mundo, es decir, que estaba aquí de prestado, para hacernos un favor a los vivientes, lo cual despertaba en mí la terrible duda sobre si las narraciones bíblicas relacionadas con su vida habían sido escritas antes de que la Virgen le pariera, o habían sido escritas después. La condición “divina” de Jesús, y su propia característica humana de “Dios hecho hombre” para salvar a todos los humanos, me obligó siempre a mirar a Jesucristo como un ser, quizás tan extraño como incomprensible, pero siempre superior, abnegado y bondadoso. Algunas veces, cuando el semblante de quien le representaba en el Viernes Santo de Balmaseda no era demasiado dulce, no dudaba en subrayar que aquel Cristo quizás no era el idóneo, aunque se tratara de un gran actor. El Jesucristo de Balmaseda tenía que ser un hombre sensible, bonachón, que desprendiese ternura e, incluso, que despertase sentimientos de pena y dolor en quienes presenciábamos la Pasión Viviente. El Cristo de Balmaseda no solo tenía que ser un buen actor sino, incluso, una buena persona en su aspecto, lo cual no siempre se conseguía.

Todo esto viene a cuento de la polémica que se ha suscitado en Sevilla, donde el cartel anunciador oficial de la Semana Santa, cuyo autor es Salustiano García, está siendo valorado (y alabado o criticado) por los ciudadanos, cuyos juicios están llenando los artículos de opinión y las páginas de los medios de comunicación. El autor está cabreado porque considera “gratuitas”, y desatinadas, las críticas que se vierten contra el Cristo que él ha creado y pintado. Resulta absurda la polémica, si bien es lógico que haya opiniones diversas. Y como ha habido quienes han enfatizado la sensualidad que desprende el cuadro, con un Cristo de rostro rejuvenecido y pecho sin vello, buscando sin duda más la belleza de Cristo que su hombría poderosa, su autor no ha dudado en ofuscarse y afirmar con contundencia: “Mi Cristo es mío y del siglo XXI”. Esta frase es muy contundente, pero la explicación posterior quizás sea algo más sospechosa: “…es joven como metáfora de la pureza, y bello porque belleza y bondad es lo mismo” (Palabras del Autor). Da la impresión de que olvida que hay pasajes en la vida de Cristo en los que no duda en utilizar la violencia y sacar a latigazos (“¡A mamporros!”, que diría un vulgar en la taberna), como hizo en otra ocasión cuando expulsó a los mercaderes del templo.

De modo que, ahora, cuando todo ha vuelto a su ser y Cristo es solo un personaje, y Salustiano es un pintor que pinta un “cristo” que solamente ya es el suyo, principalmente porque hay tantos Cristos como personas o figuraciones, solo nos queda la opinión, siempre subjetiva, que tanto puede referirse a la verdad como a la imaginación, y que siempre responde al interés del artista que ha creado y ejecutado la obra. Ha llamado la atención la desnudez del Cristo, solo oculta en la región pudenda delantera que aparece cubierta por un amasijo desordenado de telas amarradas a su cintura mediante una cuerda o soga. Lo demás no provoca ninguna duda: Cristo es un hombre no muy corpulento, debidamente barbado y con un semblante tranquilo y sereno, solo alterado por tres figuras doradas que engalanan su cabeza. No se trata de un ser estrafalario: se trata de un hombre joven que rompe la tradición de las viejas imágenes.

Pero ahora se ha desatado una especie de carrera de las interpretaciones. Cada cual hace la suya… Y yo hago la mía: Cristo fue un hombre al que la Historia y la Leyenda convirtieron en Dios… O Cristo fue un Dios al que nosotros convertimos en Hombre. Tal como ha proclamado su autor: “Mi Cristo es mío y del siglo XXI”. Y yo, dado que no es realmente mío, hago mis composiciones y conjeturas… De todos los Cristos que he visto, y siempre admirado, me quedo con el que veo todos los años en el día de Viernes Santo, amarrado a su cruz, caminando por las riberas del río Cadagua, en el viejo Puente Romano de Balmaseda.