EL 1 de octubre fue proclamado hace treinta y tres años por la ONU Día Internacional de las Personas Mayores. Propone que la jornada de este año recupere y centre su atención en la Declaración de Derechos Humanos, referida principalmente a las personas mayores en el mundo y al compromiso entre generaciones.

El sustantivo es persona

Conectado a ella, me permito trasladar una reflexión que ronda mi cabeza desde hace tiempo. Es el hecho frecuente de que a las personas de edad les denominemos “mayores”, sin acompañamiento del término “personas”. Es probable que sea solo efecto de un inintencionado ahorro o simplificación en el lenguaje. Pero aun así.

El tema no va de gramática ni de erudición. Preocupa que un adjetivo, mayor, por más que sustantivado, termine por desdibujar al sustantivo al que cualifica, que en este caso es la más honda definición, persona. Y que un ahorro terminológico se acabe por filtrar como pensamiento social: que a los seres humanos les defina más o mejor una circunstancia –como su vejez– que su condición de personas de pleno derecho y dignidad. Que su definición se haga principalmente por aquello que les diferencia de otras, dejando de lado aquello que les identifica e iguala. Lo privativo de un grupo humano por encima de lo compartido con todos.

Así considerados, como mayores, suele hablarse de un colectivo, una especie de sociedad dentro de la sociedad, pero segregada del dinamismo social. Población pasiva, carga social. Preocupa que se filtre en la conciencia social que más que sujetos de derechos sean tenidos por destinatarios de recursos y que el respeto a sus derechos básicos sea traducido en la cobertura de sus necesidades. Y que los deberes con la sociedad que tienen y asumen como personas –incluso deberes consigo mismos de desarrollo personal y vida plena– se den ya por innecesarios y pasados de fecha.

Preocupa porque ocurre también –al menos en el lenguaje– con otras realidades humanas en las que la circunstancia, el adjetivo, se impone a la condición de personas, al sustantivo. Algunos ejemplos: se habla de dependientes, como si les definiese la merma que padecen en la gestión propia de su vida diaria. Se habla de discapacitados, como si les definiese una limitación funcional, siendo personas plenas. Se habla de emigrantes, como si el hecho de haber venido de otro país fuese la marca casi indeleble. Se habla de pobres para referirse a personas en situación de pobreza, como si la pobreza formase parte de su identidad y por tanto no quedase sino ser así asumida, en vez de propiciar que así no sea. Conviene recordar que el lenguaje no es aséptico. Que definir solo por lo que diferencia está en el origen de la segregación. Como definir por lo que iguala es base de una comunidad cohesionada.

Quizá –se diga– esté hilando demasiado fino y forzando el argumento. Pero es solo una alerta, para que el lenguaje, que pertenece a lo simbólico, no debilite el esfuerzo por convertir en lo que debe ser, aquello que es pero no debiera ser. Según la Declaración, es la condición de personas humanas la que nos hace iguales en dignidad y derechos, por encima de cualquier otra índole o condición.

Lo pretende así la ONU en su recordatorio ante este 1 de octubre: que la edad no sea factor discriminatorio, porque la edad no nos hace desiguales en dignidad y derechos, sino solo diferentes en circunstancias de vida. A la vez, nos recuerda que una sociedad fraterna y justa no lo será sin la implicación de todas las generaciones. La cohesión entre generaciones nacerá del reconocimiento de que se comparten dignidad y derechos.

Se nos invita a recuperar aquella Declaración, a releerla, a repensarla, a reaplicarla y a reexigirla, porque cuando la realidad contradice los más nobles principios, lo que procede no es cambiar de principios, sino transformar la realidad.

También en esa tarea estamos muchas personas mayores de nuestra comunidad, y conviene que ésta sea consciente de ello: que las personas mayores forman parte de la comunidad, y que muchas de ellas son activas y están comprometidas hasta donde pueden, para mejorar el disfrute efectivo de los derechos humanos en ámbitos diversos. Asimismo, que lo llevan a cabo sin visión endogámica y exclusiva sino abierta al conjunto de la comunidad, principalmente hacia aquellas personas que sufren de estigmas y estereotipos similares, a causa de situaciones, también homólogas, que es preciso transformar.

Hoy mismo, en Durango, con la presencia del lehendakari y otros responsables públicos, convocadas por significadas asociaciones de personas mayores de la Comunidad Autónoma, nos habremos reunido cientos de personas mayores para expresar la voluntad de seguir en ese esfuerzo por la mejora de condiciones de vida de las personas mayores y de toda la comunidad.

Bastaría conocer el compromiso del tejido asociativo de personas mayores de nuestra comunidad para desmontar el simple e insultante edadismo que se percibe. Bastaría conocer cómo personas mayores, asociadas en sus municipios y comarcas, trabajan por hacerlas más amigables y accesibles en todos sus servicios y a todos sus conciudadanos, y que no solo –que es mucho– procuran subvenir con su tiempo extra la conciliación de vida de sus hijos e hijas. Bastaría conocer cómo las personas mayores –y los jóvenes, por cierto– forman parte muy numerosa del voluntariado social que, en instituciones del tercer sector, se dedican a apoyar y dar solución a situaciones deprecariedad, riesgo de exclusión, soledad...

Bastaría abrir los ojos, o quizá cerrarlos, para darse cuenta de la dignidad humana que se esconde bajo las arrugas o las grietas abiertas de muchos seres humanos a quienes les trucamos, por un adjetivo diferenciador, su más identitario e igualitario sustantivo: personas.

* Presidente del Consejo de Personas Mayores de Bizkaia