ASISTÍ, aún muy joven, a los estertores de una dictadura. Además de Franco, que aún no había muerto, todo un ecosistema de imposición, miedo y violencia se superponía a los esfuerzos de toda una sociedad para vivir en libertad. Pero ya la mirábamos de frente, la olíamos y peleábamos cada día por ella.

Con sus virtudes y sus carencias, la transición y un nuevo equilibrio, inestable, pero presente, dio como resultado otro escenario donde la idea de la libertad cobró contenido. Para unos más plena y para otros más escasa, pero ya tangible. No solo la mirábamos, sino que también la edificábamos. En mis recuerdos de aquellas fechas, aún a veces oscuras en forma de muerte sesgada, coacción y violencia, la contemplo como una época de esperanza y esfuerzo por consolidarla.

Sería demasiado largo contar mis desavenencias con el resultado de aquel proceso, si bien desde hace mucho tiempo no me dejo de reconocer en ese esfuerzo colectivo y en esa trayectoria para identificarme hoy, con todos los matices, en el actual sistema de derechos y libertades. Como todos los sistemas imperfectos, la diferencia es que el vigente, además de democrático, o quizás por ello, mira de frente a derechos y libertades en su horizonte para poder corregirse.

Por eso hoy mi conciencia política se vuelve a poner en alerta.

Leo a Zeilinger, Nobel de Física el año 2022, que “no puedes demostrar que la luna no está ahí, si nadie la mira”, y añade que “solo puedes recurrir a tu experiencia y a la lógica” para demostrarlo.

Me ha tocado cohabitar en la más inmediata vecindad –hasta física, tanto hasta hoy en el escaño, como desde la resistencia a la dictadura–, no ya con los herederos, sino con los precursores de la fórmula más actual de totalitarismo que vuelve a invadir el continente europeo.

De mi experiencia y la lógica de toda una vida como testigo de muchas expresiones similares observo, como decía Zeilinger con la luna, que hay quien ha dejado de ver las amenazas a la libertad –con mayúscula–, pensando que no mirándolas dejan de estar presentes.

Pero están ahí. La he palpado en todas sus expresiones, tanto ayer en la dictadura, como hoy en el Congreso. Son fascismo.

Blanquear a la extrema derecha de vocación totalitaria haciéndola pasar por una opción democrática, no es solo un error histórico. Es la antesala de su legitimación para reproducir esquemas de confrontación que llevaron a dictaduras en todo Europa.

Es un error no pelear cada día por la libertad. Pero aún más grave es legitimar a quienes antes, ahora, y si les dejamos, después, la harán irreconocible.

Exdiputado EAJ-PNV