DESDE hace una temporada, muchos aficionados al fútbol están en un sinvivir. Las noticias de una hipotética compra de partidos por parte del Barcelona, a través de un exárbitro, con el presunto pago a los jueces de los partidos para edulcorar sus resultados, está constituyendo casi, algo parecido a una ciclogénesis explosiva de la que nos suelen hablar las mujeres y los hombres del tiempo.

Quiero dejar clara, desde el principio, esta afirmación: el fútbol español emite un fétido olor desde hace muchas décadas. Que yo recuerde, desde los años sesenta del siglo pasado.

Ya en aquella época, se hablaba del “clan (aquí el nombre de un conocidísimo árbitro de la época)” que, aglutinando a varios árbitros de primera y segunda división, amañaba partidos a gusto del consumidor. A quien estuviera metido en ambientes futboleros de la época le constaban casos. A mí, en concreto, varios.

Pero, sobre todo, en aquellos años, hubo un affaire que, desbordando todas las fronteras de la ética y de la estética, dejó un hedor irrespirable en el mundo deportivo español, que persiste hoy: fue el tema de los oriundos. Lo narro.

En 1962, el rotundo fracaso de la selección en el campeonato mundial de fútbol celebrado en Chile, donde se presentó, sin ruborizarse, con cuatro jugadores extranjeros nacionalizados, llevó a los dirigentes del deporte español a rechazar a los extranjeros en los campeonatos nacionales. Es decir, se prohibían nuevos fichajes.

Los grandes y pequeños clubes “decidieron” y convencieron a Pablo Porta, presidente de la Federación, que aquello había que solucionarlo. Tanto la federación italiana de fútbol como la española inventaron un truco maravilloso para que destacados jugadores de fútbol latinoamericanos descendientes de españoles e italianos no cubrieran plaza de extranjeros. Tenían que demostrar con documentos pertinentes que descendían, en el caso español, de un emigrante de España. Fue muy sencillo. Magníficos y menos magníficos jugadores argentinos, paraguayos y de otros países latinos se pusieron en manos de la mafia jurídica y judicial en el Paraguay del dictador Alfredo Strossner. En aquel país corrupto, tal mafia contó con exquisitos abogados y jueces que se prestaron para falsificar partidas de nacimiento de pretendidos ascendientes españoles o italianos, a gusto del consumidor. A España llegó una avalancha de buenos jugadores: Roberto Martínez, que fue fichado por el Español en 1971 y traspasado al Madrid, en donde jugó desde 1974 hasta 1980; Valdez, extremo del Valencia, que privó a nuestro Txetxu Rojo de nueve internacionalidades; y otros como Diarte, Adorno, Anzarda. Hay un curioso y grotesco caso con Diarte, el Lobo Diarte, que jugó en el Valencia, Cabrera, que lo hizo en el Elche, y Leguizamón que jugó en el Barcelona, Sant Andreu y en el Valladolid. A estos tres, los delincuentes, para abreviar, les encontraron un mismo padre. Es la época en que ciertos jugadores decían que su bisabuelo no era navarro, sino de Osasuna; ni gallego, decía el otro, sino de Celta.

El Athletic y la Real, comprobando el enorme daño deportivo que se les infería abriendo el acceso al fútbol español a un inmenso grupo de extranjeros sin ocupar plazas de tales, irrumpieron con toda la fuerza jurídica en el tema. Se pusieron en manos del abogado José María Gil Robles. Enviaron un detective a aquellos países, que descubrió enormes amaños. El caso que más indignaba a los presidentes Eguidazu, del Athletic, y Orbegozo, de la Real, era el de Roberto Martínez, que triunfó en el Madrid. Todo su expediente era un conjunto de falsedades. En el Madrid ganó cinco ligas y dos copas del rey. Jugó en la selección española en cinco ocasiones.

Varios clubes estuvieron inmersos en este escándalo. Desde luego, entre ellos, el Madrid y el Barcelona. La ambigua postura del presidente de la Federación, Pablo Porta, el indulto político de 1975, con ocasión de la coronación del rey Juan Carlos, la amnistía parcial de 1976 y la Ley de Amnistía de 1977 dejaron impunes todos estos delitos y salvaron a Pablo Porta de un embolado que podría haber supuesto un caos en el fútbol español de consecuencias imprevisibles, si la cuestión hubiera sido tratada por tribunales democráticos.

Por todo esto, resultan risibles las infantiles declaraciones, contradeclaraciones y vídeos de ambos clubes. El y tu más, señores Pérez y Laporta da mucha vergüenza ajena.

¿Por qué escandalizarse y rasgarse las vestiduras ahora? Si siempre se ha hecho lo mismo, de una u otra forma. Como diría un defensor de los toros: “Estos son un hecho cultural, todo esto pertenece a la cultura del pueblo”. La cuestión es que no te pillen.

Doctor en Historia