NO es fácil ponerse en la piel de una vecina de Sestao que, con 83 años, quiere vender su casa y no puede. El problema es que uno de los inquilinos a los que tenía arrendado el piso se niega a abandonarlo tras cumplir la mujer con los trámites previos que le exige la ley para conminar a su abandono. Además, el nuevo okupa ha dejado de pagar lo que agrava la situación de la anciana, que padece un cuadro ansioso-depresivo por lo que le está pasando. Si la solución pasa por la justicia, esta no puede dilatarse en el tiempo hasta el extremo. La lentitud de la burocracia judicial desampara una vez más a la víctima.