SE ha celebrado este pasado sábado el Día Mundial de la Niña y la Mujer en la Ciencia, una iniciativa reciente (tiene ocho años) que intenta visibilizar una limitación que persiste año tras año. En general, distamos mucho de llegar a una sociedad igualitaria, la tenemos pavimentada con demasiadas brechas, y la del género es la más llamativa.

En ciencia pasa lo mismo, más aún porque es un mundo muy polarizado. Tenemos áreas como las ciencias humnas, las de la salud y los cuidados (la enseñanza también) en las que hay más mujeres que hombres, aunque la representación social de muchas de esas investigadoras siga siendo un señor con bata y cosas así, y el salario, la esperanza de progresar en tu carrera y todo de hecho dependa de si eres mujer u hombre. Luego están las áreas de ciencias duras, ingeniería o matemáticas, eso que decimos STEM, de donde ya al comienzo de la historia, desde la Secundaria, las mujeres desaparecen.

Es llamativo porque parece que se diseña ese mundo de la ciencia y la tecnología para ser un espacio únicamente masculino. Luego las pocas que lleguen lo tendrán más difícil, además, así que no es raro que se busque, con días como el 11-F, mostrar que la realidad es injusta y que debe cambiarse, más pronto que tarde.

Pero el tiempo no basta, que es lo que se suele decir siempre que se analiza la realidad social con perspectiva de género. Dejas pasar el tiempo y, cierto, algunos derechos mejoran, algunas desigualdades se suavizan. Pero no sucede sin más, porque la inercia social es seguir con el espacio público, la élite, la representación, ocupado por señores, también en ciencia y tecnología. Y para cambiarlo hace falta algo más, es preciso actuar directamente y crear espacios igualitarios desde la infancia. Hay que ayudar al tiempo para que la historia cambie.