EN la cola de la farmacia me sorprendo con una conversación entre dos amigas mayores. Hablan de los derechos de las mujeres. Ay, ama, pienso. A ver. Una de ellas recuerda a aquel chico del pueblo que desgració a María y que ella se tuvo que marchar a tener a su hijo (o hija) fuera. Eso a pesar de que ella le dijo que no, pero que nadie la creyó. Y es que el sujeto en cuestión era reincidente, pero el que se quedó en el pueblo era él. Me toca el turno y no escucho más. Qué pena. No era el final de la historia lo que me interesaba, sino ser testigo de indignación revelada tanto tiempo después. Estamos en camino.