EL intento de asesinato de la vicepresidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, ha convulsionado al país y su impacto se ha dejado sentir en todo el mundo, en especial en Latinoamérica. Aunque el magnicidio ha quedado afortunadamente en una siniestra tentativa por el fallo de la pistola, cargada y preparada para disparar, las imágenes de la mano apretando el gatillo del arma a escasos centímetros del rostro de la expresidenta son estremecedoras e indicativas de hasta qué límites pueden llegar el fanatismo y la barbarie. El frustrado atentado –llevado a cabo por un hombre de 35 años de origen brasileño, que fue detenido– ha recibido la condena unánime de las fuerzas políticas argentinas y de la comunidad internacional. Este gravísimo suceso es reflejo del irrespirable clima de tensión, enfrentamiento y polarización instalado en Argentina desde hace varios años, en especial en las últimas semanas, y al que no es tampoco ajena Cristina Fernández. Todo ello está recrudeciendo la grave crisis política, social y económica que está afectando a amplias capas de la sociedad. Las investigaciones y acusaciones contra la popular dirigente en numerosos casos de presunta corrupción por su gestión durante su etapa como presidenta del país han derivado en una encarnizada lucha político-judicial que se ha extendido a la permeable sociedad argentina, partida en dos entre quienes acusan a Fernández de abuso de poder y de aferrarse a los cargos para eludir las presuntas responsabilidades –de hecho, su aforamiento le está librando de entrar en prisión– y quienes la defienden y denuncian una persecución judicial para apartarla de la política. El sobreseimiento de varias causas y las irregularidades, a su vez, cometidas desde los tribunales en algunos de los procesos abonan esta tesis entre sus partidarios, entre los que no faltan numerosos líderes latinoamerianos. La petición de doce años de cárcel contra la vicepresidenta realizada por la Fiscalía el pasado 22 de agosto en uno de los casos de presunta corrupción fue la mecha que ha encendido la última escalada de tensión y confrontación en Argentina. La enorme conmoción y la condena general del magnicidio frustrado deberían ser el punto de inflexión que lleve a la clase política argentina a frenar este clima de hostilidad, cuyos riesgos están a la vista y pueden llevar a la ruptura y el enfrentamiento civiles. l