Andalucía ratifica algunas sensaciones que deberán hacer pensar a los partidos españoles de izquierda. La primera habla de la pugna por el liderazgo y de los términos del mismo. Un fundamentalismo en el discurso, una radicalidad en los principios están espantando a un electorado que se queda en casa o que lee una cita electoral en términos de practicidad y solución a sus problemas .

La segunda es que, ante esa dificultad para ofrecer respuestas reales y no dogmáticas, si se trata de poner freno a la ultraderecha, los andaluces han considerado que es la propia derecha el mejor antídoto. Por mucho que tenga una responsabilidad obvia en la homologación del discurso intolerante y del más rancio emblema identitario de una España homogénea que no existe aunque les gustaría a algunos, el PP es hoy la mejor apuesta para su electorado y para el que disputa al PSOE por el centro. Sánchez hará bien en entenderlo porque ya no le basta el discurso del razonable temor al pensamiento ultra. En la dicotomía "conmigo o con la derecha", el principal granero de voto socialista no le ha elegido.

Mención especial merece Ciudadanos en el tránsito de voto del centro a la derecha. El experimento que algunos disfrazaron de centro renovador, ha sido el caballo de Troya que ha derrumbado los muros de la fortaleza socialista, de su voto más moderado, que ha tomado ese puente hacia el PP sin que muchos de esos votantes aún sepan que han hecho ese tránsito tras considerar que, esta vez, el voto útil para frenar a Vox estaba en la mayoría absoluta de Moreno. Hecha la labor, la tramoya de C's ha ardido sin dejar rastro. Está pasando el tiempo de la política líquida -C's y Podemos- pero no está arrastrando en su final al populismo ultra, que ha hecho presa en el ánimo de una parte de la ciudadanía y del discurso de los partidos. El antídoto está en las políticas reales, no en contraponer extremos.