N los viejos tiempos, cuando todo era distinto, cada noche era una aventura y, en la inmensa mayoría dee los casos, era pura celebración. ¿Dónde se fue esa alegría? ¿Cuándo y dónde cayó, malherida, la hora bruja de las doce y sus sucesivas? No hay un testimonio histórico que lo recuerde ni un manual que nos recuerde, como diría el escritor latinoché, aquello del "¿cuando se jodió el Perú?" pero lo cierto es que la noche de Bilbao, la alegre, morrocotuda y chiripitifláutica noche de Bilbao ya ha dejado de ser especie en vías de extinción: hace años que no se ve un ejemplar en libertad.

Hoy es una noche que duele, vienen a pregonar la entregada gente de la hostelería del Casco Viejo. En el alma y en el cuerpo. Hace daño ver cómo se va despoblando todo ?-hablan ya de la calle vaciada con un deje nostálgico y melanocólico que va más allá de la mengua en el negocio...- y hace daño que en la travesía uno ya no se encuentra con compañía para la farra sino con salteadores de caminos. Pernoctar se ha convertido en Bilbao, y miren que duele decirlo, en un verbo de peligrosa conjugación.

En ese escenario es complicado y peliagudo que florezcan las rosas del consumo en hostelería. Supongo que ambas historias guardarán alguna relación entre sí. Pero la misma clase hostelera que señala el peligro de la noche violenta se queja de que resulta una quimera encontrar gente dispuesta a trabajar detrás de una barra.

Ya sé que se ha escuchado hasta la saciedad que el sueldo de los camareros apenas da para la merienda, pero imagino que cada cual cuenta la fiesta según le va. Y tengo algún que otro conocido que trabaja en el gremio y que anda por la vida más feliz que una perdiz. Eso sí, ya no anda por la noche. Ellos mismos, los felices, comentan que no merece la pena, que la noche, siempre tan sugerente y arriesgada, se ha convertido en uan tierra sembrada de minas. Me dicen que lo entienden. Que comprenden porqué algunos hosteleros se quejan de la falta de mano de obra (lo de que sea cualificada o no es otro cantar, también con visos de desaparición total...) y que entiende, cómo no, que cada vez haya menos gente que quiera trabajar en el oficio. "Mire usted", me señalan. "Había días en que la paga no alcanzaba para pagar el cansancio y noches con las que se redondeaba el sueldo hasta niveles dignos. Si eso ya no es posible, que te ponga el café otro". l