L mundo se entera de las barrabasadas que se hacían entre ellos Johnny Depp y Amber Heard y ese espacio es un gran coso romano. Pulgares arriba y abajo en un juicio por difamación que decanta las filias hacia los superfans o hacia el Me too. Él denunció a su ex exigiéndole 50 millones de dólares por difamación; ella respondió con una demanda por 100 millones. Doble o nada. El juicio no trata de dilucidar si Johnny abusó de Heard o Amber era una víbora que se aprovechó del movimiento contra la violencia machista. En este juicio plagado de cámaras, de vestuario semejante entre los opuestos, lloros y memes, de lo que se se trata es de ganar dinero. Uno, recuperando su prestigio profesional perdido tras el rechazo en la industria; la otra reivindicando su versión barnizada de cheque doble. No me pondré de lado de ninguno de los dos puesto que ninguno me gusta y todo indica que eran una pareja tóxica de libro. Sin embargo, he encontrado más apoyos hacia el demandante, el joven tímido y rebelde que encandiló en los 90, que entre la famosa sororidad que a veces puede ser tan ciega como el mayor de los fanáticos de los actores guapos de Hollywood. El director del Zinemaldia entregó a Depp él mismo el premio Donostia en medio de las críticas frente al "hermana, yo sí te creo". La historia, triste, solo puede tener un final feliz, que el fallo en la corte de Fairfax dibuje solamente la verdad, tan exacta como las cifras de un buen cheque. l

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